O hacéis política o nos gobernará la rabia.

Se lo escribí a ustedes. El final de estado del bienestar, el final de la negociación, significa violencia. Sin concertación, mediación y política, los extremos culturales compiten para apropiarse de lo que consideran suyo.

Un policía y un propietario quieren la calle; un estudiante, calefacción o medios para el instituto. Mañana, serán los que reclamen comida frente a los propietarios de supermercados. Al siguiente, se apedrearán las puertas de las fábricas.

Y así, todo eso que nunca, pero nunca, pasaría en la moderna España, se producirá repitiendo los motines de las banlieus parisinas o de los barrios pobres de Londres. La diferencia, amigos y amigas, es que los amotinados no serán pobres negros o inmigrantes sin esperanza, vaya por dios, sino hijos blancos, formados y educados, de la pequeña burguesía y de la clase media española.

¡Yuju! camaradas socialistas y rigurosos dirigentes conservadores, lo logramos: destapar la olla de la cruenta lucha de clases. La mejor putada histórica para evitar la cohesión social.

El tratamiento punitivo es un residuo de finales del siglo XIX, del estado liberal, de la revolución industrial y el capitalismo del egoísmo individual. Afortunadamente, el fascismo y los nazis desacreditaron el método policial y alguno de los capitalismos existentes extendieron el reparto y la cohesión frente a la violencia.

La violencia social es una mala noticia. La pelea, la rebelión puede ser, sin duda, un método de protesta y de empujar la historia. Pero sostenida, como única forma de hacer política, conduce al fracaso de cualquier colectividad.

El conflicto que es consecuencia de la pobreza, la rabia o la frustración conduce a la gente a disolver sus relaciones y sus comunidades. El confinamiento de los sin recursos, es una experiencia de la gran depresión, disuelve cualquier lazo de cohesión o sentido de pertenencia.

Los liberales extremos, tipo Gallardón el centrado, llaman, desde Hayek, “constitución de la libertad” a la norma que asegura la policía de la propiedad para garantizar el “sálvese el que pueda”. Por eso, un liberal y un policía fascista, acaban entendiéndose perfectamente en las calles, aunque sea grosero invitar al matón a tomar el te.

Cuando la Thatcher cerró el estado del bienestar en Inglaterra, los hijos de los blancos tuvieron que salir a la calle como hacían los negros pobres. Un éxito de la integración liberal. The Clash les convocó al “motin de los blancos” (White riots).

Pues eso, entre Thatcher y the Clash, entre los liberales y los convocantes de la nada, sin mediación política; sin estado de bienestar, seremos tierra de motines.

Ya nos habéis jodido el país: o hacéis política o nos gobernará de nuevo la rabia.