2
de noviembre de 2017, ED
Se
lo tengo escrito: la palabra que más les gusta a los ricos es gratis.
Quizá sea por eso que el soberanismo catalán, tan rural como burgués, pintaba
su república con ríos de leche y miel pagados, naturalmente, con amplias tasas
a los obreros.
Pues
no; nada es gratis. Burlar la ley democrática no hace a las
instituciones más modernas, las hace más autoritarias. No produce más
bienestar, produce más austeridad. No ofrece oportunidades, ofrece ira e
incertidumbre.
No
hay prosperidad sin reglas. Eso no es solo un principio
democrático, sino una idea que la izquierda ha defendido persistentemente
contra “el fuero y el huevo” tan hispano. Son las reglas, las constitucionales,
las que han sido burladas.
Este
columnista no dedicará un minuto a quienes desmienten el carácter
democrático de nuestra Constitución – adaptable, mejorable, reformable,
según las reglas y las mayorías democráticas expresadas en urnas legales- y
nuestra Ley. Y menos a cínicos abogados belgas. Los que tenemos la edad
suficiente para saber lo que es franquismo y fascismo, y para tener en nuestra
familia a gente que sí fue preso político, no estamos por la labor de atender a
mensajes de rufianes.
No
será gratis para las populistas equidistancias que soñaban
ser el eje del debate, apropiándose del federalismo. No se puede ser
equidistante con un casco azul en una mano y la ira del populismo en otra. No
cuela.
Burlar
la ley democrática no es gratis. Y no me refiero a los
costes judiciales que abruman, hasta la huida indigna, a los burladores.
Produce la inevitable pérdida de autoridad de quienes han conducido a su
pueblo a un abismo para abandonar al día siguiente la línea de batalla.
Los
costes de libertad son severos e indeseables para cualquiera; tanto como ignorar
la ley, arrasar el parlamentarismo y despreciar las advertencias legales
y los tribunales constitucionales. Las opciones erróneas y su coste
de libertad de los burladores de la Ley, harán daño a una sociedad
tensionada e irritada en todas las direcciones.
Pero
si algo no es gratis para la mayoría social, es la frivolidad, la ignorancia y
la perversión ética con la que el independentismo catalán ha ocultado la
verdad económica a su pueblo.
El
soberanismo no era una oportunidad, era un salto en el vacío. Lo sabemos a
causa del Brexit populista, que como el soberanismo catalán ignoraba la firmeza
política europea, y ocultaba el daño donde más se nota: en el impuesto más
injusto y que más afecta a los más pobres, los precios. Lo sabemos a
causa de la pérdida de valor del patrimonio catalán en un solo mes.
Este
es el coste del populismo nacionalista, jaleado por el populismo equidistante
de la más sedicente izquierda que hemos visto.
Puede
que a Ustedes, como a mí, les parezcan exagerados los terribles escenarios que
apunta el Banco de España. Pero no desprecien la advertencia. Es bien cierto,
que la república por la que circularían ríos de leche y miel era una
ensoñación falsaria como – con ética reprobable y mafiosa- han mostrado los
asesores de Junqueras, en conversación gravada: no se podía reconocer la
imposibilidad para que no tuviera costes electorales.
No
es gratis para las populistas equidistancias que soñaban
ser el eje del debate, apropiándose del federalismo, escapando de
las imputaciones pero alentando el grito “indepe”, tipo Colau,
o acudiendo a ilustres cenáculos que los han hundido en crisis de narices,
tipo Iglesias. No se puede ser equidistante con un casco azul en una
mano y la ira del populismo en otra. No cuela.
La
ira de los rufianes nunca fue gratis. Tenía costes para los que
la sufrían; y tiene, ahora, costes para los que la predicaban. Tendremos que
ser los que nunca la practicamos los que llamemos, de nuevo, a las reglas, al
fin de los escraches, al entierro de las palabras gruesas y los insultos.
No
será fácil, porque la ira arrasa el pensamiento y la razón, con la misma
fuerza que una empresa huyendo de su sede social. El populismo tuvo su gloria,
háganme caso: quedará reducido con el retorno del constitucionalismo.
Mientras
los suyos sufren, mientras su pueblo sufre, mientras los mercados sufren, Puigdemont
el huido se toma un café en el centro europeo de Bruselas: no es gratis, lo
ha pagado su ciudadanía y los pagaremos los demás.Un café insolidario y
desleal que han pagado sus compañeros y compañeras en términos de libertad.
A
unque
un café con abogado belga debiera ser gratis, en nombre de los derechos humanos
desplegados por los belgas en el Congo, por un poner, ¿no creen?