Cuando Cánovas contrató a Felipe González, o algo así


Recaredo, visigodo, se convirtió al catolicismo, llenando de oro las iglesias de Toledo. Parte de este capital fue desviado por eclesiásticos venales, a través de un banquero judío, hacia Don Pelayo para iniciar la construcción de reinos contra las clases populares, que disfrutaban de extraordinaria libertad tanto en los viejos campos de legionarios romanos como en las alhamas moras.
Naturalmente, esta es una ficción literaria, notablemente creativa por cierto, de este columnista. El problema es que no se diferencia mucho de las construcciones de revisión histórica populista que se nos ofrecen con frecuencia.
Una construcción de relatos que debe incluir, obligatoriamente, dos características: todo el mundo será un tramposo o un corrupto, y no habrá héroes; la resistencia no existió nunca hasta que apareció el héroe populista. Y, por supuesto, debemos listar a los enemigos y sus complicidades, salvo a aquellos a los que convenga no herir por si podemos hacer clientela.
La libresca, arbitraria y borrosa aproximación histórica de Pablo Iglesias solo reunió tramposos y trileros. No distinguió entre burguesía conservadora o revolucionaria, como nos enseñaron Artola o Martínez Cuadrado; ignoró todas las resistencias y la constitución del Movimiento Obrero en España y las múltiples oposiciones a esa inmensa trama que, desde Recaredo, se apropió de España. Ninguna resistencia hasta la llegada del moderno héroe merece ser recordada.
Naturalmente, en la enfatizada trama histórica debe mencionarse al IBEX  y algunos afamados palcos pero no conviene, por ejemplo, citar al Banco Santander ni a los sucesivos Botín, fuentes de emprendimiento patriótico frente a vanidosos empresarios que donan máquinas contra el cáncer.
La mentira es el relato.  La creación de una historia alternativa, salpicada de nombres de reyes y tribunos para darle visos de verosimilitud, es la trampa.
La mentira es el relato. La creación de una historia alternativa, salpicada de nombres de reyes y tribunos para darle visos de verosimilitud, es la trampa del populismo, que tiene en el fondo un único objetivo: inventar las complicidades  de la izquierda con las tramas corruptas de la historia.
La reescritura del pasado compromete el presente.  La historia tiene su lugar en el debate político y debería ayudarnos a cuestionar y entender los problemas contemporáneos. Pablo Iglesias no solo respetó las reglas del constructor de historias populistas (nada de héroes, nada de poderosos amigos) sino que añadió un factor fundamental: una confusión extrema.
La trampa del relato de Iglesias no es la mayor o menor veracidad de los datos. Su gran manipulación es presentar los procesos de la formación de la España moderna y su tardía industrialización como un producto venal. Un pecado original que deslegitima todo lo que vino después, salvo su salvífica presencia
La historia es siempre política, escribió Antonio Gramsci. Alterando la línea del tiempo y la cultura institucional, Iglesias se lanzó a leer el pasado según las necesidades de su discurso. La historia no está para suministrar relatos a colectivos políticos sino para impugnar lo falso. Que los vencedores reescriban la historia no garantiza la victoria de quienes la reescriben.

Cánovas contrató a Felipe González, por sugerencia de los borbones y a través de una filial de un banco de Silvela, a cambio de que cambiara el programa en  Suresnes y derramará cal sobre algunas tumbas. Total, nadie ubica a Cánovas ni a las tumbas de cal y todo el mundo sabe que González es malvado. No digan que este columnista no es creativo.