Recaredo, visigodo, se convirtió
al catolicismo, llenando de oro las iglesias de Toledo. Parte de este capital
fue desviado por eclesiásticos venales, a través de un banquero judío, hacia
Don Pelayo para iniciar la construcción de reinos contra las clases populares,
que disfrutaban de extraordinaria libertad tanto en los viejos campos de
legionarios romanos como en las alhamas moras.
Naturalmente, esta es una ficción literaria, notablemente
creativa por cierto, de este columnista. El problema es que no se diferencia
mucho de las construcciones de
revisión histórica populista que se nos ofrecen con frecuencia.
Una construcción de relatos que
debe incluir, obligatoriamente, dos características: todo el mundo será un tramposo o un corrupto,
y no habrá héroes; la resistencia no existió nunca hasta que
apareció el héroe populista. Y, por supuesto, debemos listar a los enemigos y
sus complicidades, salvo a aquellos a los que convenga no herir por si podemos
hacer clientela.
La
libresca, arbitraria y borrosa aproximación histórica de Pablo Iglesias solo reunió tramposos y
trileros. No distinguió entre burguesía conservadora o revolucionaria, como nos
enseñaron Artola o Martínez Cuadrado; ignoró todas las resistencias y la
constitución del Movimiento Obrero en España y las múltiples oposiciones a esa
inmensa trama que, desde Recaredo, se apropió de España. Ninguna resistencia hasta la llegada del
moderno héroe merece ser recordada.
Naturalmente, en la enfatizada
trama histórica debe mencionarse al IBEX y algunos afamados palcos
pero no conviene, por ejemplo,
citar al Banco Santander ni a los sucesivos Botín, fuentes de
emprendimiento patriótico frente a vanidosos empresarios que donan máquinas
contra el cáncer.
La
mentira es el relato. La creación de una historia alternativa, salpicada
de nombres de reyes y tribunos para darle visos de verosimilitud, es la
trampa.
La
mentira es el relato. La creación de una historia alternativa, salpicada de nombres de
reyes y tribunos para darle visos de verosimilitud, es la trampa del populismo,
que tiene en el fondo un único objetivo: inventar las complicidades de la
izquierda con las tramas corruptas de la historia.
La
reescritura del pasado compromete el presente. La historia tiene su lugar
en el debate político y debería ayudarnos a cuestionar y entender los problemas
contemporáneos. Pablo Iglesias no solo respetó las reglas del constructor
de historias populistas (nada de héroes, nada de poderosos amigos) sino que
añadió un factor fundamental: una confusión extrema.
La trampa del relato de Iglesias no es la mayor o menor
veracidad de los datos. Su gran manipulación es presentar los procesos de la
formación de la España moderna y su tardía industrialización como un producto
venal. Un pecado original que
deslegitima todo lo que vino después, salvo su salvífica presencia
La historia es siempre política,
escribió Antonio Gramsci. Alterando
la línea del tiempo y la cultura institucional, Iglesias se lanzó a leer el pasado
según las necesidades de su discurso. La historia no está para suministrar
relatos a colectivos políticos sino para impugnar lo falso. Que los vencedores reescriban la historia no
garantiza la victoria de quienes la reescriben.
Cánovas
contrató a Felipe González, por sugerencia de los borbones y a través de una filial de un banco de
Silvela, a cambio de que cambiara el programa en Suresnes
y derramará cal sobre algunas tumbas. Total, nadie ubica a Cánovas
ni a las tumbas de cal y todo el mundo sabe que González es malvado. No
digan que este columnista no es creativo.