Nadie quiere unas terceras elecciones.
Todos, menos el PP, se sienten convocados a la oposición. Todos alaban la
pluralidad. Ninguno nos ha dicho como se conjuga pluralidad y pluripartidismo
con gobernabilidad.
Que la gobernabilidad era un asunto
clave, que preocupaba al electorado en mayor medida que los ajustes de cuentas
en la izquierda o el pesebrismo garzoniano, es algo que ya parece evidente. Sin
embargo, las formaciones convocadas a la oposición siguen en campaña o, mejor,
preparando la siguiente campaña.
Ciudadanos sigue con el veto pero no
veto, imaginando la recuperación de voto conservador que más parece irse que
desear volver. Los de Podemos siguen soñando con el sorpasso mientras leen desesperadamente a Gramsci, sin entender
otra cosa que el lenguaje bélico tan propio de la política de la ira. Los del
PSOE son los líderes …de la oposición, faltaría más, y convocan a que los
ideológicamente parejos se unan, olvidando sus históricos acuerdos con
Convergencia o PNV.
En algún estudio sobre la
historia de las crisis financieras que he recomendado aquí varias veces se
señala que en ellas las mayorías gubernamentales se estrechan y los parlamentos
tienden a fragmentarse lo que es, sin duda, una mala noticia para la
gobernanza efectiva en el período posterior a la crisis. La buena, seguramente,
es que la agitación parlamentaria es temporal
¿Cómo de persistentes son los efectos? La historia dice que los primeros cinco años son críticos y la
mayoría de los mismos se reducen poco después. Una década después del punto
álgido de crisis, la mayoría de las variables de resultados políticos ya no son
significativamente diferentes de la media histórica.
Esto es cierto tanto para la
presencia de formaciones emergentes como el voto de gobierno. Sólo el aumento
en el número de partidos en el parlamento parece ser persistente. Algo así ha
podido pasar: el “sorprendente” (por supuestamente escaso) voto de Podemos
viene a ser, si se quitan las mareas que gobiernan otros, un 13%: es decir, estar,
estás. pero en la senda del voto histórico de la izquierda no socialista.
En realidad a esta hipótesis
se debe la renuncia a ofrecer una estrategia de gobierno. Todo el mundo espera
que el coste de retorno a la media histórica lo pague otro. Invirtiendo en una
legislatura corta, en nuevos postureos y en discursos sobre los demás igual, a
las próximas, son califas en lugar del califa o, igual, le dan la mayoría absoluta
al PP.
En fin, todos quieren a
Rajoy, pero que parezca un accidente, mientras reflexionan los unos contra los
otros. La pluralidad implica, también, una nueva cultura del compromiso: el conflicto persistente opera en contra de las necesidades del mapa político, una variable que los estrategas aun no han incluido en su forma de hacer política.