Europa: los días que da miedo.



Hay días que dan miedo, ha dicho la Señora cuando volvíamos a casa. No le preocupan, ella es así, el sillón en el que estará más cómodo el niño de  Bescansa o el número de peperos y peperas valencianos detenidos. Ni siquiera le duele que el faro y guía de occidente, necesitado de lectores y lectoras mexicanos, abra su portada con una “balacera” en lugar de utilizar el hispano tiroteo o la militar salva. También sobrevive, como todos nosotros y nosotras, al juego de trileros en el que se ha convertido la elección de gobierno.

No; la razón de su profundo aserto es la decisión del Parlamento danés de confiscar sus bienes a los refugiados. La bella Dinamarca, feudo del bienestar y modelo socioeconómico, como el resto de los países nórdicos, apoyándose en fuerzas conservadoras, derechistas y nacionalistas, encabeza la ruptura del modelo europeo. En la otra esquina de Europa, en el Este, Polonia y Hungría disfrazan sus fascistas, antieuropeos y autoritarios gobiernos en la dura realidad de los refugiados.

Son abundantes las cuestiones que lastran la Unión. No se trata solo de terrorismo y refugiados; son la economía, la desgualdad y el empleo, la amenaza del referéndum británico, la ausencia de nuevas políticas y de un liderazgo – salvo la firmeza no siempre suficiente de Draghi– que promueva credibilidad. 

La extrema derecha, como es propio de las crisis financieras crece. Crecen los populismos que expresan el cabreo de las clases medias que no temen violentar los tratados. De hecho, tienen un plan B, afirman Melenchon, Varoufakis y Colau: sacarnos del euro y poner monedas virtuales. Febrero nos traerá los problemas con el Reino Unido y los de la  Merkel.

Pero la desintegración de la idea europea también podría proceder de la disolución de la libre circulación garantizada por Schengen. Si la crisis de refugiados colapsa Schengen, acabará colapsando la Unión. 
Europa, a veces, da miedo. La fuerza que debiera impulsarla, singularmente la izquierda, casi ha desaparecido del campo, escindida entre los posibilismos que la vinculan a los más conservadores o escépticos y las vacías o populistas promesas de quienes trabajan por su disolución. Ya no se busca un poder que confronte a la troika. Lo que se busca son espacios donde la troika no funcione porque la Unión no existe. 

Con esa disolución desaparecerá el modelo europeo que, con voluntad política y liderazgo, todavía puede ser curado de la enfermedad de la austeridad. Sin embargo, permitimos que nacionalistas extremos y conservadores autoritarios, con el silencio de izquierdas miedosas o la inútil ira populista, rompan las políticas que antaño nos definieron como continente.
Si; a veces, dan miedo. Preocupémonos, pues, de lo que importa: en que sillón sentamos a Errejón, cachis diez.