Bruselas o el asalto al balneario.

Bruselas se cierra por miedo. El balneario europeo ha descubierto un tiempo en que la ética del bienestar ha desaparecido, crujida entre la crisis y la rabia.

Bruselas, que limitaba al norte con el chocolate y al sur con las copas del "afterwork". Que limitaba al este con los eurócratas y al oeste con los lobbies. La Bruselas que ignoraba que en el Molenbeek ya no hay molinos sino pobreza ha cerrado sus puertas. El miedo asalta el balneario, fértil territorio para la derecha extrema, fértil territorio para la izquierda irrelevante.

Si quienes asaltan nuestras torres de canela son almas de charol, civiles con fusiles de asalto o militares bien pertrechados, será justo invocar violencia defensiva. Mas si talibanes negros son, asesinos de kalashnikov, hemos de abrir la muralla en nombre de la paz ecuménica y multicultural.

Paréceme, amigos y amigas, que ya no son días de doble vara. No son tiempos para mantener el complaciente autoengaño propio del postmaterialismo de los hijos de la clase media del balneario.

Hemos de decidir si queremos la ciudad libre de miedo o el túnel del silencio. Si; malditas son todas las guerras; también la yihad. Puesto que no hay guerras buenas ni santas, tenemos derecho a impedir la siembra de hogueras en nuestras ciudades.

Sé que es moda muy hispster y moderna el querer usar un Mac pero tapar la manzanita con pegatinas, sean de Marx, de boquerones o cualquier otra que epate al burgués. Pero no son días para pegatinas que oculten el espanto, para ocultar el deseo de volver al balneario con ruidosas consignas.

Los muertos de París, como los de Madrid, Londres o Nueva York, los de Líbano, Malí, Túnez, Siria o Palestina en nombre de la yihad, nos reclaman justicia. Pero, también, digámoslo claro: si no queremos que el balneario devenga en fortaleza; si no queremos que la fortaleza expulse a los refugiados, debemos garantizar a la gente que la Ciudad puede mantener abierta sus puertas.

No a la guerra. Pero en lugar de viajar a fórmulas de antaño, a un mundo con viejas reglas; en lugar de recurrir al cajón de las banderas rotas y las usadas consignas, construyamos un no que acabe con los negros asesinos del kalashnikov, que no merecen la libertad de que disfrutan.

Como todo aprovecha para el convento, unos escriben artículos de oportunismo belicista, sabiendo que la mayoría esa de las encuestas lo apoyarán. Otros, que ya van girando a la derecha convenientemente, no dudan en resucitar viejas pegatinas que oculten a los generales de bombarderos.

El balneario tiembla, el panorama político gira a la derecha o la extrema derecha. Y los mismos que acompañan el péndulo se niegan a entender el miedo y la demanda de justicia.
No a la guerra, cierto. Pero no, también, a la muerte que asalta nuestras ciudades.
Quizá nos duela la reflexión porque es fruto de nuestro fracaso como civilización. Pero es imprescindible, si no queremos que lo incivilizado de todo tipo nos domine.