Sindicatos: Economist, Podemos, Piketty… y lo que venga.

The Economist ha hecho lo que suele. Tras descubrir en enjundiosa investigación que “los trabajadores europeos han pasado un verano descontentos”, y con el glorioso título de “nuestro turno de comer”, viene a advertir que, aprovechando la recuperación (afirmación preventiva, por lo que se ve), unos fenecidos sindicatos que nada han hecho estos años, naturalmente, vuelven a las movilizaciones, eso sí solo salariales.

Lo que suele hacer The Economist es, también, despachar temas como la evolución del sindicalismo europeo en una columnita de cincuenta líneas, de las que seis se dedican a España.

Lo que The Economist reprocha a los sindicatos españoles es sencillo: se han ocupado de sus afiliados y sus salarios; han entorpecido la creación de empleo, mientras se enfangaban en corrupción y, como parte del sur de Europa, “los trabajadores insatisfechos han cambiado su lealtad a los sindicatos hacia nuevos partidos políticos de izquierda que tienden a centrarse en protestar contra la austeridad en lugar de presionar por aumentos salariales”.

No deja de ser paradójico en un análisis económico sobre la austeridad que se ignore que la defensa del salario (y por lo tanto de la capacidad de consumo) es fuente no solo de crecimiento sino, también, de la igualdad arrasada por las políticas de austeridad.

Interesa a The Economist la nueva política porque interesa liquidar definitivamente el estado de bienestar en el que concertación, sindicatos y regulación colectiva han jugado un papel esencial. Aquí la contestación de las Comisiones Obreras que me ahorra el gasto de más explicación.

Coincide la biblia neoliberal con los nuevos “libertarios” (no se sabe si de izquierda o de derechas) en incluir a las centrales sindicales en la política de la vieja casta, la transición y los viejos apaños. La “gran barredora” de Errejón o la bomba de relojería de Iglesias (tic – tac) nunca han ocultado su desprecio a las centrales sindicales a las que atribuyen los mismos males que a la vieja política.

De hecho, fundido el penoso intento de Somos por las elecciones sindicales, que, naturalmente, no representan a nadie, faltaría más, nace ahora, con la ayuda de algunos sectores del PCE, buscando nuevas máscaras electorales, sociales y sindicales compulsivamente, el “Ahora en común Sindical”, con el único objeto de arañar la capacidad de influencia de las centrales.

Es bastante probable que la solvencia y capacidad de regeneración que siempre mostró el sindicalismo español en democracia (a pesar de la debilidad heredada de  años de ilegalidad, de la escasa cultura afiliativa y del castigo de sucesivas reformas laborales) supere estos intentos de fractura, que solo pretenden arañarle al sindicato algunos sectores corporativos que negocien, por su cuenta, con la administración pública.
 
Pero no debe despreciarse la potencial influencia del populismo en la regulación colectiva de los derechos laborales futuros. Tanto Podemos como Ciudadanos sugieren, a ratos, medidas que debieran preocupar a las centrales sindicales.

Parece que los economistas nacionales son más dados al populismo de derechas de Rivera o, en todo caso, no encuentran los chicos del cambio un economista que sacar en la Sexta. Sea como fuere, la aparición de Piketti, en este contexto, puede no ser, necesariamente, una buena noticia, para las centrales, para nuestra economía y para el propio, y desconocido, programa de Podemos.

Por un poner, Piketti es algo escéptico sobre la renta mínima universal de la que escribe, en un texto bastante contradictorio, que sus efectos redistributivos “pueden realizarse mediante herramientas institucionales existentes”. O sea, que no es partidario, aunque parece entender a algunos “libertarios de izquierda” por razones culturales (el rechazo a las subvenciones de los más pobres).

En materia sindical, Piketti no es muy entusiasta, para que engañarse. Los sindicatos “no son herramientas eficaces de redistribución”, escrito está en el contexto tanto de las retribuciones como del cierre de los abanicos salariales.

Piketti, en realidad, parece más cerca de la propuesta de Ciudadanos al proponer transferencias fiscales a los salarios más bajos (lo que en las actuales condiciones de poder de empresa haría bajar los salarios pagados y, también, las cotizaciones sociales del empleador).

De hecho, a Piketti le molesta bastante que la redistribución “adopte formas de gasto social y no de transferencias entre asalariados”. Hecho que le sitúa, de nuevo, junto a Ciudadanos, ignorando, por ejemplo, a parados y paradas y más preocupado por los mal pagados hijos de las clases medias.

Piketti no niega, faltaría más, la “regulación colectiva del mercado de trabajo” pero tampoco la reducción del peso de los sindicatos siempre que el estado aparezca, a través de las citadas transferencias a los salarios más bajos, más eficaz redistribuyendo que las centrales.

En suma, libertarios de izquierda y derecha, se aprestan a empezar la segunda vuelta de la crisis (la recuperación sin empleo, con bajas rentas y desigualdad) con una nueva agresión a las centrales sindicales.

Aprendí hace tiempo que reuniones de células, soviets, comités de partidos, nuevos o viejos, redondos o cuadrados, para cercenar la autonomía sindical solo perjudicaban a los sindicatos y a los trabajadores y trabajadoras. Así que me abstendré de consejo, esperando de quienes ahí hacen su trabajo su reflexión sobre la nueva situación y la defensa de esa idea (por supuesto, vieja) del sindicato que sigue viniendo de “abrasados corredores” a los que Neruda ofrecía océanos.