El circulo de tiza que ataca al euro

En una cosa suelen coincidir las elites norteamericanas (conservadoras o liberales) y las derechas o izquierdas extremas europeas: no les gusta el euro. Las primeras, suelen ser muy quisquillosas con el debilitamiento del dólar como moneda de reserva y con las arquitecturas monetarias incompletas. Las segundas, suelen ser más quisquillosas de lo que les gustaría confesar sobre la soberanía nacional y gustan menos de lo que confesarían de la cosa internacional donde no pillan cacho.

El vocero de la Unidad Popular y el habitual predicador del euro como desastre han coincidido este fin de semana en fiestivo encuentro de los que no quieren gobernar. El último ha venido en calificar a la moneda única como uno de "los tres círculos de hierro que no permiten una política alternativa".

Mientras lanzaban uno su perorata sobre la Unidad Popular y otro sobre la moneda única, viene a resultar que la Unidad Popular, popularísima; los que calificaron de traidor a Tsipras; quienes afirmaron que le temblaron las piernas, no hubieran obtenido escaño en las elecciones griegas. Viene a resultar que quienes desean a Grecia y a media Europa, incluida España, fuera del euro no hubieran pasado del 5%.

La culpa no será, naturalmente, de sus excelentes reflexiones, siempre certeras y basadas en el análisis concreto de la realidad concreta, sino del pueblo griego, vendido a la troika, a los poderes financieros y a cualquier poder criminal de los denunciados por el gran y exitoso Varoufakis. El pueblo es así: no le importa que la izquierda que quiere gobernar le administre, mire Usted.

Suele recordarse poco la historia, aunque se presuma de ello. Lo cierto es que cuando la izquierda comprometida con el cambio ha querido abandonar mecanismos monetarios comunes y coordinaciones económicas existentes, de esas que dan seguridad a la ciudadanía, sufre derrotas inevitables.

Le ocurrió al Labour, en el 29, abandonando el patrón oro. Le ocurrió a la izquierda francesa en el gobierno, en el 83, saliéndose del sistema monetario europeo. En el caso de la izquierda más radical no solo ha perdido gobiernos sino que ha perdido peso político con escasa posibilidad de recuperación: el PCF pasó de cuatro ministros a un 5% del que nunca se recuperó.

El euro no es una forja que haya impedido la recuperación. La austeridad letal que nos ha atrapado tiene que ver con la depresión del consumo privado y público, la desigualdad de rentas y la desfiscalización de las rentas altas.

Ha sido una reforma laboral que mantiene bajos niveles de productividad y salarios y un incorrecto enfoque de la evolución demográfica. Ha sido, en fin, la incapacidad de generar crédito al margen de entidades financieras descapitalizadas. Cosas que el euro, se diga lo que se diga, no impone.
 
La izquierda que quiere gobernar puede y debe reconstruir un proyecto europeo basado en lo que siempre fue su idea: ponerle reglas al euro. Reglas fiscales, financieras y políticas. Es la ausencia de  estas reglas la que generan el déficit de la potencia cívica de la moneda única, no la existencia misma de esa moneda.

Embriagado por la gloria y las victorias militares, el coronel Aureliano Buendía decidió que nadie podría acercársele a menos de tres metros de distancia, y sus edecanes trazaban a su alrededor un círculo de tiza que ninguno estaba autorizado a traspasar, ni siquiera su madre. Ese círculo de tiza es aquel en el que los históricos voceros y predicadores, y sus ambiciosos edecanes, quieren encerrar a la izquierda que quiere gobernar.

Ese círculo es más peligroso que el euro, créanme: es el que nos derrota, hoy como ayer.