Vampiro

No desprecien el tráfico de la sangre; no ignoren esas evanescentes horas de los amaneceres hospitalarios; recelen de las viejas artes; sepan cuanta gente se postula para conocer los secretos de sus glóbulos; guarde la puerta de su habitación y, sobre todo, guárdese del vampiro. Va a visitarle, es inevitable, conozca sus trucos.

La vampiro, porque es ella, durante el día, existe. Se le puede observar en la sala, ocupando una discreta posición. Con un ojo vigila su caja de aperos, llena de hermosos instrumentos de tortura, con otro observa el ordenador, vigilando si los médicos introducen potenciales víctimas. Si se observa con detalle, puede verse que cada nominación médica, produce un ligero estremecimiento de su cuerpo.

La vampiro ayuda a sus compañeras, créanme. Puede perder horas buscando venas perdidas pero, créanme también, no será para otra cosa que no sea una inversión de futuro: ella, la vampiro, beberá de esa vena en cualquier amanecer próximo.

Durante el día, la vampiro puede desaparecer. Pero Usted y yo sabemos que no andará lejos de nuestra sangre, anhelando el fruto de nuestro doliente cuerpo. Podrá hacer cálculos de necesidades, densidades o mil cosas más, porque el vampiro ha refinado notablemente su técnica. Pero sepa Usted que le acecha.

Y, como es previsible, segundos antes de la aurora, el fenómeno acontece.

En el momento de la duermevela, cuando los sueños se mezclan con realidades, cuando el sol de verano juega todavía a ser luna, justo entonces, el viejo arte del vampiro viene a buscar su sacrificio.

Un transformado ser se ha introducido en la habitación. La parte bípeda hace que parezca humana. Pero deben fijarse en una cuadrada jiba con ruedas, depósito de todo tipo de refinados adminículos. De ahí extraerá inacabables instrumentos cuyo único objetivo sea desangrarles; la derrota es inevitable, amigo y amiga.

El paciente, somnoliento y en en ayunas, hambriento, que no deja de ser doble felonía, no le ha visto llegar. Cuando intente protegerse ya será tarde. Una cinta azul aprisiona tu brazo y la vampiro, sonriendo, friega con alcoholes tu vena condenada que se hincha ofrecida a la tortura.

La vampiro clava el diente afilado y empieza a llenar tubitos de sangre, rojo, rosado, azul, colores múltiples que se llevan tus glóbulos. Notas como cada gota de sangre que pierdes produce un notable relax en el cuerpo de la vampiro: una vez más lo ha logrado.

La vampiro limpia los restos de su robo. Presiona la vena con el pretexto de evitar la inflamación. No se lo crean, solo desea tener expedito el camino de mañana.

Los modernos vampiros no beben sangre hacen analíticas. No clavan sus dientes, ponen vías. No beben tu sangre, la custodian.

Cuídese del vampiro hospitalario, ese que todas las mañanas, en ayunas, saca glóbulos de su cuerpo para ofrecérselo en sacrificio a la manada de sanadores, que horas después le relatarán sus raros niveles de las más raras sustancias.

Queda dicho: antes de la aurora, decena de torturados, y en ayunas oiga, en ayunas, ofrecemos nuestro sacrificio en el altar de las viejas artes: es por salud, faltaría más.