¡Pobre de mí!

Se acabaron las fiestas. Un año más, los gestores municipales han obrado el milagro: una ciudad de cincuenta y cuatro mil habitantes se ha convertido en pueblo mesetario de los años cincuenta.

Las fiestas de la vendimia han concluido. Todo el vino ha sido bebido y todas las gachas consumidas. Todos los toros y novillos han sido corridos, recortados y asesinados por orden de la autoridad competente. La Virgen fue convenientemente "procesionada" y la pólvora necesariamente quemada con estruendo.

Como ya les tengo dicho, los que, gracias a Dios, somos ateos y no creemos en la Santísima Trinidad, esto es, gachas, toros y virgen, no nos queda otra que la caseta del ferial.

Ese sitio donde reina el colesterol, el mojito y la imperecedera amistad. Donde gente solvente canta canciones imposibles, ejecuta improbables bailes y concluye gritando el Asturias patria querida o el Eusko gudariak, según origen materno o grado de alcohol. Sitio donde las madrugadas son eternas y no menos eternas las resacas.

Y así, la vida vuelve, aunque el olor a res perdurará algunos días en el alrededor de la casa consistorial, cosa que escribo sin animo ofensivo sino puramente descriptivo; las cuadrillas mentirán un fin de semana más sobre sus habilidades con toros y mozas y los del ferial se reirán viendo las delatoras fotos que los muestran poseídos por rarísimos demonios.

En este ferial solo hay una caseta; todo los demás son restaurantes del lugar que aprovechan la externalización de partidos y asociaciones para intentar negocio baldío. En balde porque es la caseta de los rojos de toda la vida, administrada por incombustible afiliación, la que nos surte de vendimia, mojito, colesterol y verbena, a precios de crisis y grata acogida.

Pero todo acaba y vuelve la vida.

Y puesto que nos queda la vida, ya que las monedas de agua y el cuerno de la abundancia han sido convenientemente gastados, habrá que vivirla recordando que los recortadores serios andan en los ministerios y consejerías; qué quien canta de gozo es el banquero y que no procesionan vírgenes sino “hombres de negro” que vienen a vigilar nuestro país intervenido, antaño glorioso, y a to have some cafe con leche.

Acabado el solsticio, idas las brujas y agotado el tomillo, cuando en la noche ya no salen los mochuelos ni vigilan los gavilanes, concluida la vendimia, vuelve el crudo afán. Se lo tengo escrito: no dejen que los profesionales del olvido se salgan con la suya y recuerden quien andaba y anda puteándoles mientras Ustedes se venían a la vendimia.

Y puesto que aún tengo la vida, a currar que el ojo del banquero me vigila.

¡Pobre de mí!