El saludo negado

Se niega el saludo al enemigo, a quien no existe, a quien no se le desea la paz.  Si mis impuestos han pagado una sola hora de aula de quienes negaron el saludo a Wert, estoy orgulloso. 

Un impuesto excelentemente empleado; porque el conocimiento, amigos y amigas, no es sumiso, ni egoísta, ni ajeno al sufrimiento. Puesto que el conocimiento es reflexión y empatía, los chavales  y chavalas más meritorios y excelentes han renunciado a reconocer a Wert, negándole el saludo.

Hace más de cinco mil años, dicen los jeroglíficos egipcios, se  representaban pactos y arreglos entre hombres y dioses apretando las manos a modo de acuerdo. En Babilonia, 1800 a.C., el monarca realizaba un acto de sumisión a Marduk estrechando su mano. En Grecia y Roma los pacíficos ciudadanos guardaban sus dagas y agarraban la muñeca del contrincante para empezar a hablar o negociar.

En la edad media, los caballeros para saludarse daban la mano contraria al lugar donde llevaba la espada, que se colgaba a la izquierda (la historia no guarda lugar para los zurdos), para asegurarse que el otro no iba a sacar la espada para un ataque.

O sea, la historia certifica que el saludo es reconocimiento, pacto, acuerdo, negociación, pacificación. Los excelentes le han negado todo eso a Wert.

Su cara de asombro ante la negativa revela el profundo desagrado de quien pasa a ser considerado un enemigo, una ausencia, alguien con quien el diálogo es imposible. Él, que tanto estima ser amado por los del mérito y los excelentes, pasa a ser despreciado y ninguneado por los del mérito y los excelentes.

Este que escribe, que ya empieza a ser mayor y por lo tanto tiene recuerdos, tiene memoria de aquel día en que, dando por concluido su circuito universitario, convino con su padre que sin educación pública, beca, sacrificio de la familia y algún que otro trabajo ocasional de los que antes existían, no hubiera podido tener formación.

Soy lo que soy por un padre tolerante, una familia generosa, unos compañeros y compañeras solidarios y una  Universidad pública, esa tan  deplorable y odiada por los reaccionarios porque nos igualaba a todos en conocimiento, ética y capacidades, a pesar de sus carencias y corporativismos.

Mi padre, un republicano tolerante de los del Masnou de antaño, hubiera despreciado a Wert; yo le hubiera negado el saludo; mis compañeros y compañeras, de mil ideas y dos mil discursos diferentes, hubieran acordado conmigo el desprecio que hoy, en nombre de todos nosotros y nosotras, los excelentes han expresado.

El círculo opresivo del ideologismo educativo conservador ha sido ninguneado por los excelentes que saben, como este humilde universitario que nunca fue excelente, que el conocimiento si no se reparte con equidad es solo un lujo de los viejos poderosos que aspiran a derramar alguna moneda sobre los sabios.

Un gesto, a veces, vale tanto como mil calles ocupadas, mil derechos reconquistados o mil mayos que ocupan plazas.

Miren por donde, esos impuestos de uno que ayudaron a pagar las carreras de estos chavales y chavalas que negaron a Wert han merecido la pena. Gracias, chavales, gracias chavalas