Economistas: ¿Y si fuera la ética?

De vez en cuando, los economistas hablan de si mismos. Habida cuenta de los notables resultados de la “ciencia lúgubre” por excelencia, deberíamos hacerlo más a menudo. Hoy mismo, en Vox, Diane Coyle pretende abrir un debate sobre la cuestión. Aquí les dejo una traducción propia (en suma, mejorable) del texto.

El artículo es, en realidad, el sumario de un encuentro entre académicos y empleadores de economistas celebrado en Reino Unido. Básicamente, se cita el déficit en algunas habilidades, el programa de estudios, la orientación de los modelos macroeconómicos que los jóvenes aprenden y algunos perversos y corporativos incentivos del sistema académico como materias de reflexión. Me atrevo a reiterar una carencia en el listado de una cuestión que otras veces he señalado aquí: el autismo de los economistas sobre el imperativo ético y moral de la economía.

Quizá conozcan la película Wall Street. Se trata de un film de 1987, época yuppie, una anterior exuberancia irracional. Su protagonista Gordon Gekko, (Michael Douglas) declara: “La codicia es buena, ...., La codicia funciona. La codicia clarifica, atraviesa y captura la esencia del espíritu evolutivo ...”. Amigas y amigos, esta es la cuestión: los modelos económicos y las practicas derivadas han legitimado la codicia.

El objetivo es la maximización del beneficio a corto plazo. Ya saben, si un análisis coste beneficio elemental, decide que la seguridad de un vehículo es más cara que la no seguridad, deberá rechazarse la seguridad. Esta es el argumento que General Motors efectuó en una conocida defensa sobre un accidente mortal.

Hasta que no se produzca cierto regreso a la ética no habrá regreso a una ciencia útil. Los departamentos de economía critica suelen excitarse mucho cuando leen estas cosas como ya he dicho en otra ocasión. No les falta alguna razón, aunque los papeles prometiendo el final definitivo del capitalismo tampoco es que previeran lo que la economía ortodoxa no previó.

Cuando pateaba, en todos los sentidos que se les ocurra, la facultad donde me formé no solo recibí el aprecio de mis profesores y el afecto de mis compañeros, unos y otros compasivos con mis convicciones políticas. Me concedieron la oportunidad todos ellos y ellas de compartir un modo de pensar que enfatizaba los límites morales de los mercados, que aseguraba que la atención sanitaria o el mercado de trabajo no solo requerían eficiencia sino equidad; no sabíamos, claro, que se llamaba responsabilidad social de las empresas pero se subrayaba el compromiso con nuestra gente y nuestra tierra.

Podemos reprochar el abandono a los planes de estudio; podemos advertir que los modelos construidos se han alejado de la gente para aproximarse a los intereses de las corporaciones; podemos considerar que la Universidad y la investigación incentivan malas prácticas en el profesorado. Pero, al final, amigas y amigos, se trata de que entre todas las restricciones que llenan nuestros modelos ha desaparecido una: la restricción moral.

En más de una ocasión he hablado en estas páginas de esos “imbéciles especializados” que mueven dinero, inversiones, fondos y calificaciones de agencia sin el menor compromiso con el contexto. No les pido, ni a ellos y ellas, ni a sus profesores, que abracen ningún precepto ideológico radical.

Pido, exijo, por última vez, faltaría más, que se universalice el marco moral de los análisis que se efectúan, se faciliten herramientas que permitan pensamientos críticos, que se refuercen los valores normativos de la buena ciencia económica.

Pido que se construya un relato que asegure que personas éticas generan un capital social que lubrica las ruedas del comercio y la sociedad y elimina el vacío moral en el que se asienta el principio de la maximización del beneficio a corto plazo.

El artículo de Diane Coyle no incluye el factor ético pero añade un amplio abanico de cuestiones. Una de ellas, relevante por lo que es mi profesión actual, es la ausencia de habilidades de los economistas para comunicar. De ello les hablaré otro día (ofreciéndoles por poco precio, faltaría más, un cursito de comunicación para economistas, los consultores somos muy éticos pero no desaprovechamos ocasión).

Para acabar, me citaré a mi mismo: ”No pido que los economistas sean todos heterodoxos dispuestos a cambiar el mundo. Me basta con reparar la fibra moral de esta profesión porque es el único modo de superar la irredimible tristeza que producen las practicas que ya han arrasado el futuro de una generación”.