La izquierda excitada y la nacionalización

El pueblo español, o sea yo, se merece un duro golpe, tuitea (aunque solo un ratito) una muy de izquierdas diputada regional. Deberíamos recuperar elementos de la política económica argentina, reclama un no menos de izquierdas diputado estatal. No va con nosotros, afirma el personal de la izquierda tras análisis de la composición accionarial de Repsol.

Y yo lo entiendo. Una nacionalización, aunque sea a 10.000 kilómetros de distancia, excita nuestros rojos corazones y nuestros grandes argumentos. A nacionalizar hasta enterrarlos en el mar.

En lo que a mí respecta el asunto siempre ha estado claro. Cuando una multinacional arriba a un país, este tiene un riesgo: que la multinacional se largue cuando no le convenga. La empresa tiene el suyo: que la nacionalicen.

Es este riesgo y la ausencia de capitales en los países de localización lo que hace que las privatizaciones resulten tan baratitas. Lo que suele reclamarse, para no caer en la ley del embudo, es que una cosa (deslocalización) u otra (nacionalización) se sujeten a reglas y costes. En este caso, la reglas eran un acuerdo bilateral con Argentina, obviamente incumplido

O sea que, efectivamente, esta vez paga Repsol. Ellos han perdido un 15% de valor y los españoles hemos perdido el 30% de nuestro capital (vivienda), de nuestra o renta (salario), o ambas cosas y sin tanto ruido. O sea que, seguramente, tanto orgullo país de la derecha esta de más.

La cuestión es que las excitaciones de izquierda suelen ser efímeras. Pronto descubriremos que dentro del 68% del accionariado en bolsa habrá algunos jubilados que habrán perdido una parte de su fondo futuro y, también, que más que una recuperación de soberanía se trata de un ejemplo de crony capitalism (capitalismo de amigos) tan practicado en Argentina.

En cuanto las administraciones públicas pongan la pela, los Eskenazy o algún otro se ocuparán del negocio y buscarán otro capital extranjero para su petróleo, porque obviamente Argentina no lo tienen.

O sea, que no veo clara ni la defensa patriotera de la derecha ni la excitación de la izquierda. Los que no hemos sido capaces como pueblo ni como diputados o diputadas de lograr la nacionalización de una sencillita caja rural nos henchimos e hinchamos de gozo, en nombre del pueblo, cuando un gobierno machaca al capital que, como bien se sabe, no tiene patria, aunque naturalmente, deben tenerla ya que nos interesa ponerle impuestos cuando va de un lado a otro, en notable contradicción.

Lo que si parece notorio es que ni las alianzas estratégicas de Aznar ni los populismos de Zapatero nos han llevado a ninguna parte. Somos ya un país sin relevancia ni influencia política, lo que en un mundo globalizado debería preocupar, también, a la izquierda política.

Tampoco me parece la política argentina muy fiable para que engañarles. Si a España nos hubieran dicho desde el FMI que nuestras cuentas no son creíbles, que es lo que le han dicho a Argentina, estaríamos absolutamente intervenidos. Para que se hagan una idea en Argentina las entidades que publican cifras de inflación distintas al gobierno son denunciadas en los tribunales.

No ha dejado de sorprenderme que la izquierda que, hasta ayer, denunciaba a la burguesía de las quintas frente a las clases medias y barrios empobrecidos y la dependencia de los precios de las materias primas, aplauda hoy una medida que difícilmente ayudará a la mayoría social argentina.

REPSOL ha perdido, sabemos como ha sido, y por mucho ruido que haya ya les digo que no pasará casi nada.

Pero, en fin, una mañana nos hemos levantado y el capitalismo patrio parecía a punto de hundirse y lo hemos disfrutado. Pues ná