Vacaciones; día 3: Mi detergente y yo visitamos a Ali Baba

Lo confieso: mi estrategia para sustituir mis habilidades culinarias por un restaurante ha fracasado de nuevo. Ni el cocinar más, para manchar más ni el restaurante como alegoría de la huelga General han movido un ápice la resolución de la Señora.

Afortunadamente, los comensales de anoche decidieron aplazar la degustación de mis dos últimos platos para la comida de hoy. Es decir, me ahorro una preparación y gano tiempo libre. ¿En qué puede un hombre cabal aprovechar unas horas libres de sus vacaciones?

Exacto; visitando a un amigo; a ese colega que me comprende como nadie; que comparte mis proyectos; que se pone en mi sitio y sólo por orden superior o imponderable no pone su hacienda y recursos a mi disposición. Nos vamos, le susurro al GPS de mi detergente: nuestro banquero nos espera.

Al fin y al cabo si los profesionales de Unilever desean que el GPS les transmita mi ruta vital deberán conocer el sitio donde paso tantas horas como en casa; el hogar de ese hombre a cuya madre recuerdo con tanta pasión.

No voy a pedir dinero, faltaría más: eso no se le hace a un amigo. Acaso sacare algo de lo que ingresé; lo justo para que mi amigo no se incomode. Cierto que, loado sea su patriotismo, el Gobierno ya ha alicatado las cuevas de Alí Baba con los impuestos que nos quita Pepiño. Pero ahora lo importante es superar el “estrés” que les tiene en ascuas, ayudar a que se recuperen de sus ataques de "estrés".

El hombre no se inmuta cuando le presento al GPS; incluso le saluda educadamente. Naturalmente, porque Alí Baba, mi banquero, como buen amigo, me comprende como nadie; comparte mis proyectos; se pone en mi sitio y sólo por orden superior o imponderable no pone su hacienda y recursos a mi disposición.

Lo de mi banquero conmigo es como lo de Zapatero con el tal Gómez: si me jode no es porque no me quiera sino por el notable interés patriótico de su tarea. Como yo lo comprendo, a diferencia del tal Gómez, abandono cualquier numantinismo, y no le pido pelas para no generarle ansiedad a mi banquero y los 40 colegas.

Mi detergente y yo volvemos a mi cocina, henchidos de deber cumplido. Me pregunto si mi labor patriótico progresista de apoyo al banquero, tan propia de la izquierda, es comprendida por la Señora, afamada militante de la causa de la libertad, y da derecho a un restaurante. Si cuela, cuela.