Otra herida a nuestro pasado: nos quitan el Kodachrome.

Ha ocurrido subitamente. Primero, empezó a hacer treinta años de casi todo; después, de pronto, sin aviso alguno, nuestros iconos juveniles, los pilares de nuestros sueños se volatilizan en el mercado y pasan a los museos de arqueologia.

Lo mejor del pasado es que no vuelve y la nostalgia es una pérdida de tiempo, cierto; pero nunca está uno preparado para el devanecimiento de nuestros mitos: desde la Harley a la Encarta, pasando por la General Motors o la clase fetén en los aviones de la British Airways se volatilizan. Pero el dolor siempre es inconcluso.

Justo el aniversario de la noche de San Juan en la que mi padre, por mi onomástica – asi llamaba él a mi santo, que el hombre era muy preciso- me regaló mi primera máquina fotografica a color; justo el día en que confirmo que el régimen de Jomeini, promesa antiimperialista de mis juveniles arrebatos, ha devenido en dictadura infumable; justo entonces, para más saña, Kodak anuncia que retira el Kodachrome, el rollo de pelicula en color.

Aquel botecito que aparecía entre los calzoncillos de nuestro viaje de fin de carrera; que guardabamos en la nevera con mirada profesional; ese que nuestra madre guardaba donde siempre, es decir perdía; ese que gastabamos compulsivamente para ir a revelar cuanto antes las fotos de aquellas chicas que conocimos en la sierra; el que cuidabamos como oro el día que nació la niña; ese que nos permitía ir a la tienda de fotografía y poner cara de expertos pronunciando con acento su nombre; ese rollo ha pasado a los museos industriales.

Ha vivido 74 años pero, finalmente, ha sucumbido. La culpa: por supuesto de la cosa digital. Una pena. Todos hemos acabado con el rollo de nuestra juventud. Hemos aprendido a manipular el potochof, a convertir a nuestras hijas en auténticas chicas adobe, prestas a cualquier concurso de belleza. Damos cuenta de nuestras hazañas en testimonios digitales, ignorando que en el camino se desvanecía un icono más de nuestra mocedad.

Terrible; terrible. Hasta Paul Simon le escribió una canción en 1973 recordando que le debíamos los colores más agradables y brillantes. Seguiremos haciendo fotos que cuenten historias, faltaría más; pero cuando abramos el potochof recordaremos el atávico cuidado con que acariciabamos el estuche de plastico del Kodachrome recien comprado.

¿Cual será la próxima herida que inflinjamos a nuestro pasado? En memento mori, cantemos con Paul Simon, una vez más: “mamá no te lleves mi Kodachrome”.