Pipi calzaslargas y yo cumplimos años.

Muchos eventos podrían hoy ser glosados pero ninguno tan relevante como el que encabeza esta página. Pippi Langstrump (la actriz Inger Nilson) ha cumplido años en las mismas fechas que uno, con una inapreciable diferencia, apenas tres años. O sea, que aquí donde me veis yo podría haber montado perfectamente a Pequeño tío o jugado con Mister Nilsson, el mono.

Pipilota era la protagonista de un cuento infantil tan importante en nuestras lejanas infancias como las aventuras de Salgari (Sandokan, ya sabéis). Inger Nilson, la rebelde sueca, era algo así como la hippie para niños de la época.

Es que en los cumpleaños siempre se retrocede a la infancia. Aquellos irresponsables días que sonaban a feriado, regalo y golosinas. Y, en ellos, mi padre siempre añadía un cuento.

Ahora, narrar historias (story telling) es el núcleo de la comunicación; entonces, sólo eran cosas de cuentista. Mi abuela que no acababa de ver claro que, a tan temprana edad, se acumularan libros en la habitación, susurraba a mi padre: menudos cuentistas los vas a hacer. Y el caso es que, la buena mujer, tenía razón.

Pero en fin, para entender aquellos libros no hacía falta saber geometría por lo que era cosa siempre bienvenida pasear por Mompracen, atacar la Hispaniola, viajar bajo el mar o montar a Pequeño Tío. A eso suenan los cumpleaños, a tiempos de crio y, supongo, por eso lo seguimos celebrando con regalos y golosinas.

Mi celebración, tras las múltiples llamadas y mensajes recibidos y el vinito de rigor al medio día, ha sido con Liber, con Elena e Itziar, y sus respectivos, Angel y Koke. Es que ya tengo edad de que las niñas tengan respectivos. También estaban Rubén y Blanca. He tenido mis golosinas y regalos (muchos y merecidísimos, obviamente). Hemos dado cuenta de un lomo al cava, digno de Pantagruel, cocinado (sorprendeos) por Liber.