El Sastre

Tengo escrito que la calidad de la democracia afecta a la calidad de los productos. Cualquier día os lo explico. Hago esta afirmación a cuenta de la entrevista que el diario El País, faro y guía de occidente, publicaba el pasado Domingo.


Qué tiempos aquellos en los que quienes nos dedicábamos al trabajo de “prensa” (entonces lo de medios y 2.0 no existía) sabíamos que la entrevista del Domingo era de calidad suprema, reservada para próceres, padres de la patria e ilustres; la entrevista cuyos comentarios llenarían las tertulias de, al menos, una semana. Qué tiempos en los que poníamos una vela a Dios (o sea, Cebrián) para conseguir un cacho dominical.


Este domingo, el entrevistado, con primera incluida, ha sido el presunto sastre de Camps. Ignoraremos siempre el nombre; su histórico cometido, la razón última de su presencia en nuestros desayunos dominicales es que es el testigo de Garzón para inculpar al “pepero” valenciano.


Ahora eso es noticia. Antaño, podía verse en estas páginas a Victorio y Luchino, a Pertegaz o a cualquier diseñador de culto, naturalmente italiano. Hoy se trata, simplemente, de un sastre que hacía trajes de ochocientos euros: ni los pijos venidos a menos, válgame el cielo, se pondrían una cosa así.


Un tipo que cobraba en billetes de quinientos y que traía presillas desde Italia. Toda una imagen de marca por los suelos: traje con presillas a estas alturas de la historia. Y dice que lo han despedido por cantar; debiera ser despedido por la presilla; chicos, vosotros me entendéis.
Para que la entrevista tenga continuidad (fundamental en una entrevista dominical, aprended), El País, faro y guía de occidente, publica, en primera del lunes, la respuesta a tamaña primicia: Camps, vestido de romero y sin presilla – más modernidad- niega bajo el no menos periodístico titular de “trajes para todos” porque, al parecer, los valencianos progres opinan que la horterada de la presilla debe ser socializada.


Qué días aquellos en los que publicábamos a un Director General detenido, con papeles falsos, en Tailandia, las correrías del hermano de un Vicepresidente; qué días en los que los testigos de Garzón eran exmiembros de un gobierno, ilustres policías, expertos. Qué días aquellos en los que el Sastre era como nuestro confesor, ese que preguntaba con la sutil delicadeza de un susurro donde “cargábamos” para ajustar el leve pliegue de la entrepierna adecuadamente. Este sastre y el País, faro y guía de occidente, han acabado con siglos de confidencial oficio.


El Sastre ha pasado a ser el símbolo de nuestra calidad democrática; ha sustituido al astronauta, al piloto de fórmula uno, al tenista, al galáctico, como héroe de la modernidad. Ya no persigue a los malos un “superpolicía” sino un sastre indiscreto que llena las páginas del País, faro y guía de occidente, y de los sumarios. Esto, amigos y amigas, ya no da para más. Es cierto, la crisis global ha llegado.