Cadena Perpetua

Hay encuestas que joden, francamente. He dejado pasar una semana para ver si se me pasaba el mosqueo. Pero sigo en ello. Según el diario La Razón del pasado lunes, el 80% de los españoles se pronuncian por la cadena perpetua. No quiero ni imaginar el porcentaje si sólo se contempla a padres y madres.

Imaginar la pérdida de un hijo es la peor pesadilla de los que somos padres. Difícilmente puede uno ponerse en la piel, entender o comprender sentimientos de aquellos a quienes han arrebatado violentamente la vida de un hijo.

La venganza por la muerte de un hijo no es algo literario, que simplemente pueda rastrearse en miles de novelas. Está en ellas porque la historia de la Humanidad y de la justicia está llena de ejemplos de venganza por la pérdida de hijos, hijas, familias.

El populismo con el que medios e instituciones se han acostumbrado a tratar el dolor de los padres, el espectáculo televisivo cada día más impudoroso, ha convertido cualquier horrorosa muerte de un hijo o hija en una peregrinación hacia la Moncloa con voluntad de cambiar la legislación penal del país, con un objetivo: la instauración de la cadena perpetua en España.

Tras Mari Luz ha sido al abominable y cruel caso de violencia en el asesinato de Marta del Castillo el que ha vuelto a revolver tripas y sentimientos de la sociedad española y, además del previsto viaje a La Moncloa de los Padres, ha contado con una manifestación en Madrid para pedir un referendum sobre la inclusión de la cadena perpetua en la Constitución Española.

Propuesta que se somete a sondeo y obtiene un resultado que nos abruma a quienes creemos que la apropiación de la justicia por el estado era la forma democrática de arrumbar las banderas de la venganza o de la voluntad personal de los poderosos. No deberíamos rechazar que la aceptación populista de la ira justa sólo sea otra expresión más de la dimisión del estado en nuestra vida.

Sé que es imposible consolar a estos padres. Pero me sigo apuntando a ese compromiso constitucional pasado de moda que cree en la capacidad rehabilitadora de la prisión. ¿Por qué? Porque creo que esa siempre ha sido nuestra superioridad sobre los desalmados.