Un muerto es un escándalo; mil una estadística. Comunicación y dolor.

en memoria de Aisha y de Pedro

El título de mi texto tiene que ver en cómo se comunica la muerte de los insignificantes. Me ronda la cabeza desde que empezaron las noticias de la epidemia de cólera en Zimbawe. He seguido, también, los accidentes laborales de estos días. En realidad, lo que no he visto es algún periodista indignado o un tertuliano de la mañana televisiva gritando por tales asuntos.

Si un sicópata ha raptado y violado a una niña, si hay imágenes de la casa, de los padres destrozados, si el periodista de turno ha comprado un sumario secreto a algún funcionario corrupto, entonces conocerás todos los detalles; te indignarás y serás convocado a cambiar el código penal. Y eso está bien.

Porque no está mal que hayamos conseguido que las mujeres asesinadas por violencia machista tengan nombre y apellido. Tampoco, que sepamos quien es el último asesinado por un terrorista de mierda.

Pero si el niño se llama Aisha, tiene cinco años, y muere de cólera en Zimbaue, con una solución de agua, azúcar y sal como toda medicina, nadie te dirá como era. Si te llamas Pedro, tienes 21 años y has muerto degollado por una plataforma que no debió moverse, mientras trabajabas en una estación de cercanías en Colmenar, nadie prestará demasiada atención.

Ningún programa de las mañanas pedirá que alguien meta en la cárcel al hijo puta de Mugabe. O llamará a un forense para que reclame que se cambie la ley de siniestralidad laboral.

Aisha es uno de los mil muertos, y 60.000 afectados de cólera. Pedro uno de los más de quinientos trabajadores fallecidos por siniestralidad laboral en España este año. Cuando estoy acabando esta nota, me llega aviso de cuatro muertos en accidente laboral en Mallorca. Mirad la noticia de El País: estos muertos ni siquiera tienen nombre.
Aisha y Pedro forman parte de la estadística. No caben en el show. Cuando los muertos son muchos, la compasión, dicen los expertos, se fatiga y la ira se desplaza hacia la muerte más reciente y morbosa que nos traiga la CNN o el magazine de la mañana, cuyos tertulianos no saben donde esta Zimbawe o cuyos periodistas ven más glamour en las retamas de un bosque que en un tajo de Colmenar. Las cosas son como son: Yo recuerdo aquí a Aisha y a Pedro.

Me atrevo a recomendar a directores de Shows, magazines, periodistas de la mañana o redactores que no ponen nombres a los trabajadores muertos, unos versos de Celso Emilio Ferreiro que, recientemente, se recordaban en Sinfonía de las palabras: “No puedo apartar mis palabras de todos los que sufren en este mundo”.