A lo mejor, cuando Libertad lea este texto no dice nada, o sí; pero me pondrá esa cara que pone cuando quiere decir: ¿no te dije que no te metieras en esto? Pero bueno, tras varios días de darle vueltas al asunto, creo que quiero dedicarle unas líneas a J.., él sabe porqué.
A uno le acaba gustando el sitio donde vive. Por eso aspira a que los correspondientes responsables definan una buena estrategia de marketing urbano; aspira a que el nombre de la Ciudad donde vive aparezca en noticias positivas. Pero no hay manera.
Estos días, la red y algunos medios, entre ellos El País, han dado cuenta de una de esas noticias que nos empañan a todos. Dejo ahí el vínculo porque la cosa es de tan “castilla profunda” que no quiero hacer lectura alguna. Baste saber que mi irritación procede de utilizar el cine – la película Los 300- (la cultura) para zaherir las opciones vitales de una persona.
Qué cosas; cuando yo era joven la Batalla de las Termópilas formaba parte de las iconografías antiimperialistas y hasta el torso de Leónidas merecía un respeto. Por eso es que me sentí bastante identificado con Arturo Pérez Reverte cuando escribió: “A ver si lo resumo bien: los 300 eran de los nuestros, imbéciles”.
La verdad es que nunca había pensado en los torsos desnudos de los hoplitas espartanos pero seguramente se merecen mejor aprecio ético y estético que el de la noticia. He recordado que mi padre, siendo yo un crio, me escribió un latinajo para que me lo aprendiera: nulla esthetica sine ethica. Lo escribió el profesor Valverde al dimitir de su cátedra universitaria (estética) en solidaridad con la expulsión de la universidad franquista del catedrático Aranguren (ética).
Además de su evidente traducción, el latinajo viene a querer decir que, en democracia, las formas son parte inseparable del contenido. Lo que queda dicho para que lo recordemos todos y todas y para que J..sepa que, en estas cuitas, me tiene a su lado.