10 de Marzo de 2017. ED
Y de súbito, el estruendo acontece: una
demanda de igualdad se apodera de las calles y se hace visible: ya no podrá
ser ignorada.
Muchos datos sugieren que la situación
de las mujeres españolas no es peor que en otros países del continente. Es muy
nuestro ignorar lo que el movimiento feminista ha logrado en los últimos años.
Pero, a pesar de ello, las brechas son intolerables.
El Gobierno y los obispos, las marcas
que aplican la “tasa rosa” y las compañías publicitarias, los empleadores y los
acosadores han recibido una mala noticia: ya no es Cataluña o las
pensiones, son las mujeres.
Todos los responsables han sido
aludidos. Y lo han sido en todos los ámbitos. Hoy tenemos una obligación que
siempre tuvimos, pero nunca entendimos: la agenda de la igualdad de género.
La magnitud y el impacto del estruendo
ha sido tan brutal como las circunstancias que se denuncian. Más de cinco
millones de huelguistas, todas las capitales anegadas por una inmensa marea de
mujeres que reclaman sus derechos.
Derechos a sus carreras profesionales,
a contratos equivalentes, a compartir cuidados, a vivir en libertad. Derecho a
que las casi mil víctimas de la última década sean las últimas.
Ya no es Cataluña; ni siquiera las
pensiones. Esto es política con la que hay que lidiar.
I
nexplicables brechas salariales
han sido silenciadas. Absurdas desigualdades han sido toleradas. Reaccionarias
afirmaciones en los púlpitos han sido aguantadas. Demasiadas muertes,
contabilizadas.
Esto es política: el súbito estruendo
ha construido en su gesto único y solidario una agenda trasversal y compartida.
No hay más remedio que atenderla.
La movilización española ha sorprendido
a todo el mundo, incluida la complaciente Europa. Salvo pocas excepciones
nórdicas – muy pocas-, el resto de Europa no ofrece cifras ni cifras que
puedan resultarles satisfactorios a las mujeres. Ni en ocupación, ni en
espacios de poder, ni en salarios, ni en atmósferas libres de la toxicidad del
acoso, el balneario europeo puede presumir de éxito.
Las mujeres españolas han roto el muro
de la invisibilidad. Ya no será es susurros que se hable del contrato a tiempo
parcial, el salario indigno, el desempleo o el abuso.
Todos los responsables han sido
aludidos. Y lo han sido en
todos los ámbitos. Hoy tenemos una obligación que siempre tuvimos, pero nunca
entendimos: la agenda de la igualdad de género.
Género es la palabra que aterra a la
carcuncia: desde modernos
radicales, paradigma de la catalana Europa libre, que piden consejeras de
“tetas grandes” hasta los obispos y sus conferencias.
Aquellos que profetizan y amenazan con
basureros de la historia, cínicos exaltados y autoritarios, han quedado
desarmados: una ingente marea de mujeres se han hecho visibles ante todo un país,
tan sorprendido como asustado, abandonando la papelera a la que fue
condenada.
Hay dos formas de afrontar la igualdad. Con el miedo de quien la rechaza o
con el valor de quien la anhela. La marea del 8 de Marzo pide de todos nosotros
el valor de resolver, de una vez por todas, la promesa incumplida de nuestra
democracia
De súbito, el estruendo acontece y
la igualdad nos abofetea. Es tiempo de dar una respuesta.