Los efectos de la
crisis financiera, de la crisis del euro o de la austeridad más letal no son
comparables a lo que ocurrió en la Gran Depresión; tampoco 2016 ha sido el año
más dramático; sin embargo, ha sido
cuando casi todo ha estallado.
Puede reputarse
como insuficiente la red de protección
social europea, puede denunciarse el insaciable relato de codicia que
los más poderosos han impreso a su comportamiento, pero el mundo ha vivido
peores días. Esa tranquilidad teórica
ha sido el gran fracaso de las élites en 2016.
Los conflictos entre economía globalizada y cohesión social no son una
invención. Se ha abierto una brecha entre quienes pueden aprovechar
la situación y los excluidos. Esta división ha abierto en este año dos
fracturas: la nacional, religiosa (Trump,
Brexit, Le Pen, nacionalistas) y la de las clases sociales (Sanders, Corbin, Iglesias)
Si no llegas a
final de mes, culpa a los chinos. Si te molesta el crimen, serán los mexicanos
los culpables. Si hay terrorismo, mira a los musulmanes. Un gran relato que da voz a la ira.
La historia sugiere que la ira tardó en llegar a la
política española reciente. Probablemente, el tiempo que
tardo la crisis en fumigar a los trabajadores y trabajadoras más precarios y
afectar a los vástagos de la clase media. Entonces, con tres años de retraso,
llegó la indignación que sustituyó al cabreo de la vieja cLa historia sugiere que la ira tardó en
llegar a la política española reciente. Probablemente, el
tiempo que tardo la crisis en fumigar a los trabajadores y trabajadoras más
precarios y afectar a los vástagos de la clase media.
Entonces, con tres años
de retraso, llegó la indignación que sustituyó al cabreo de la vieja clase
obrera, de la que todo el mundo renegó.
La posverdad
es un invento americano, para describir como una buena parte de la ciudadanía
percibe la realidad de forma distinta a lo que indican las cifras y los datos
reales. Es decir, define a una
ciudadanía que compra las mentiras construidas por los relatos políticos de ira
construidos a lo largo del año.
En
realidad, la posverdad es la mentira que interesa a la ciudadanía gorrona.
Buscar un enemigo, creer que todos y todas estamos contra ese enemigo y buscar vehículos de clientelismo es la
esencia de la posverdad.
De
una forma u otra, el 2016 ha construido una posverdad “antiglobalización”: los refugiados como fuente
de toda maldad; el terrorismo alentado por la permisividad cultural; las
migraciones que arrasan empleos, el libre comercio que, ahora, parece
beneficiar a países atrasados, la terrorífica presencia del euro, la amenaza
china, el nuevo expansionismo ruso.
Estrategias de discurso que casi
nunca se justifican con datos pero que prometen, a
quien compre la nueva verdad, obtener ventajas que la historia parece haber
suprimido injustamente.
Los
trabajadores blancos de los viejos sectores económicos, los hijos e hijas
formados de los ricos, los conocedores de las viejas tecnologías en desuso, las
zonas urbanas en declive han sido más
determinantes en este año que la real evolución de la economía.
La rebelión de los llamados trabajadores pobres ha sido más importante que
las acciones de los verdaderos excluidos y excluidas del mercado de trabajo.
Una
año de campaña electoral en España nos ha ofrecido nuestra castiza ración de
posverdad. El desprecio a la Constitución del 78, en lo institucional, el
llamado “procés” (el independentismo catalán) en lo territorial y los efectos
de la austeridad en lo social han impugnado, desde distintas orillas políticas y con la misma falta de
rigor, el precario modelo de bienestar español.
Fue
en 2005, antes de todo, cuando Kundera en “La Lentitud” definió al político
bailarín. "El bailarín
se distingue del político corriente en que no desea el poder, sino la gloria;
no desea imponer al mundo una u otra organización social (eso no le quita el
sueño en absoluto), sino ocupar el
escenario desde donde poder irradiar su yo"
Si
un bailarín tiene la posibilidad de entrar en el juego político, rechazará
ostensiblemente toda negociación y convocará a los demás por su nombre a que le
sigan en su acción; no discretamente (para dejarle al otro el tiempo de
pensarlo) , sino públicamente.
Si
están pensando Ustedes que Trump, Beppe Grillo,
Iglesias o Boris Jhonson cumplen perfectamente el papel de
político bailarín es que han llegado a la esencia del año que se marcha.
Deterioradas
por el insoportable alargamiento de la crisis, la lacerante austeridad y la
mencionada ira de la clase media, las instituciones democráticas han sufrido una erosión de su base social
sin precedentes. La institución más afectada, sin duda, es la
del partido político.
Los
nuevos políticos han prescindido de sus formaciones, incluso gestionado en
contra de sus partidos (Trump o Boris
Jhonson, por ejemplo). Han evadido, mientras han podido,
el control de sus órganos de dirección (Pedro Sánchez o Pablo Iglesias), han creado formaciones
tradicionales a las que llaman “movimientos” (Beppe Grillo o Errejón). Las distintas extremas derechas
europeas, desde Francia a Hungría, no dudan en reclamarse como movimientos populares antes que partidos.
Concluye
un año de ira, posverdad y políticos bailarines. Bien ido sea.