Un tal Daniel Modol, muy ilustre Concejal de
Barcelona, representante del socialismo catalán en fase concursal y en
competencia superviviente con el más guay y pijo de los “anticapis” mundiales, ha
tildado la Basílica de la Sagrada Familia de “Mona de Pascua Gigante” y “gran
farsa”.
Las
ciudades han sido siempre el testigo más insobornable de la historia. Vista por
estratos o en horizontal, nos cuentan las alegrías y sufrimiento de los
pueblos. Las ciudades son memoria de júbilo y de horrores.
Puede
Usted caminar junto a las casas de malicia de los rancios Austrias o donde los
pretenciosos Borbones. Puede, sin duda, irse por la ruta nacionalcatólica,
mientras acude al mejor fútbol. También, recorrer la carrera del 1 de Mayo, por
donde anduvieron Pasionaria y Pestaña; puede beber donde el Labra de Pablo Iglesias o, desde Atocha al Calderón, seguir el
camino que en el 38 corriera la XI Brigada Internacional.
Puede,
en mi Zaragoza natal, comprobar que más de dos mil años de murallas cerraron al
ciudad al progreso o saber que, donde hubo polvorín y explanada, hoy reluce
Aljafería mora y puertas donde un juglar hizo nacer una ópera, recordado por callejuela algo penosa. También, puede
encontrar la esquina donde el más terrorista de los Austrias ajustició nuestros
derechos mientras compra en mercado modernista.
El error
de los que olvidan es creer que los olvidados harán lo mismo. Por eso, muchas
esquinas urbanas guardan el recuerdo de lo que se quiso cercenar y claman,
también, por lo que se ocultó. Al final, se trata de llenar las ciudades de
información que se pueda interpretar. Construir ciudades trata más de sumar
memorias que de destruir vestigios, sean de horror o júbilo.
Los que habíamos aprendido de los mejores
arquitectos progresistas que el adobe nace para convertirse en piedra en manos
de gente como Gaudí, observamos con pavor como los muñidores de la ciudad nueva han comprado la idea de los hijos airados de la pequeña burguesía
cabreada: “La rabia puede más”.
Conocemos, de siempre, nuestro derecho a la belleza. A
toda, no a la del canon de turno. Cabe entender al edil. Primero, porque todos
los “ismos” conocidos han pretendido iniciar nuevos ciclos con viejos
destrozos. Segundo, porque se necesita menos reflexión, esfuerzo y recursos
para eliminar vestigios y alentar “turismofobia” que para gestionar el derecho
a la belleza y promover el turismo sostenible.
Así, preparémonos más para airados desiertos de
canela que se venguen de las almas de charol que antaño persiguieron a los
nuestros, que para espacios de encuentro y dicha. Si se preguntan porque al PSOE le pasa lo que
le pasa, llamen al tal Modol pero, sobre todo, si rechazan esa enloquecida opción entre poner "calatravas" o derruir estatuas, quizá sea mejor empujar la vieja idea democrática de
que el respeto puede más que la rabia.