La historia sugiere que la ira tardó en llegar a la política española reciente. Probablemente, el tiempo que
tardo la crisis en fumigar a los trabajadores y trabajadoras más precarios y afectar a los vástagos de la clase media. Entonces, con tres años de retraso,
llegó la indignación que sustituyó al cabreo de la vieja clase obrera, de la
que todo el mundo renegó.
La chavalería de la clase media se
vuelve airada cuando los impuestos no pueden financiar su modo de vida o cuando
la distancia con los más ricos le impiden compartir formación, espacios
de ocio o trabajos de élite.
La historia europea conoce de siempre a
este personal. Con camisas negras desfilando por Roma o rompiendo cristales en
la noche berlinesa, les ha visto producir horror. Esta ira es más radical
cuando las crisis más que económicas son financieras, por dos razones: producen
más desigualdad y reducen más el clientelismo fiscal.
Que las reacciones más notables sean de
extrema derecha, no excluye que los diversos populismos adopten estéticas y
contenidos izquierdistas. Unos y otros irán viendo reducida su influencia a
medida que el tiempo transcurra, como dice la historia económica y social, lean esto, pero permanecerán, acostúmbrense a la ira.
¿Cuándo la ira se convierte en
matonismo? Básicamente, cuando la ira no reúne votos para ser relevante. Todos
los populistas – de derecha o izquierda – pasan por una fase moderada hasta que
devienen en antisistema. Como habrán observado, por poner un ejemplo, el
debate en Podemos no trata sobre la calidad de la democracia: trata sobre si
pueden ser moderados más tiempo (Errejón) o se acabó el plazo (Iglesias).
La ira se convierte en matonismo cuando
no gana elecciones. Trump anuncia que no reconocerá el resultado electoral
igual que circularon miles de tuits sugiriendo fraude electoral en España; A
Farage le repugna el euro, a Garzón también; Le Pen abomina de la democracia y
Carmena anuncia el fin de la democracia representativa, esto es del
constitucionalismo. No cabe sorprenderse, antes que Trump y Le Pen lo hicieron Perot y Buchanan. Y otros transitaron desde la violencia roja de los setenta al extremismo más reaccionario
El matonismo puede un día ser
universitario y al otro ejercerse en el Congreso. Si no se cree posible
reinventar el estado de bienestar, solo la bronca vale y “el que más chifle
capador”.
Quienes lean es este blog saben que no
se ejerce aquí mucha simpatía por Felipe González o por el pianista del burdel. Pero
qué quieren que les diga: uno creció odiando a los matones que rodeaban en 1973, fíjense Ustedes, el campus de Somosaguas para impedir la libertad en las
aulas. Aquellos también iban enmascarados.
No cabe duda, tampoco, de que la ira
se convierte en matonismo cuando la izquierda desaparece por la gatera o se
contamina de ira.