Viaje de riesgo a la caverna

"Vayamos por partes, como decía Jack el destripador". Ya se que no es una forma muy brillante de empezar un texto pero he descubierto que los chistes que cuentan los médicos son casi tan malos como los que cuenta mi cuñado el controlador aéreo. Esto no debiera preocuparnos: es bueno que nuestras élites converjan culturalmente

Pues, yendo por partes, aquí hay poca actividad. Veamos, no estoy proponiendo yo poner un casino o una sala de juegos hospitalaria. Aunque quizá podríamos rentabilizar alguna de las salas vacías en fin de semana, por un poner. Uno siempre dando ideas gratis a los gestores públicos, en lugar de hacerse consultor bolivariano y ganar una pasta.

Bien es cierto que aguantar los mil choques que por naturaleza son herencia de la carne desanima un poquito. Pero se echa de menos alguna actividad que convierta al doliente en persona.

Pocos libros, menos escritura, apenas tele, que es de pago. De la vieja partidita de mus ni hablamos. Hasta las viejas conversaciones de enjundia sobre la paz en el mundo o el bochorno catalán (me refiero al metereológico, como es natural) han desaparecido en el "cabizbajeo" del guasap.

Así que está complicado encontrar un momento lúdico. Aunque existen momentazos que nadie debería perderse: el viaje de riesgo a las cavernas del hospital, por ejemplo.

Hay dos modalidades deportivas al respecto: el viaje en cama o el viaje en silla de ruedas. El viaje en cama ofrece mayores posibilidades técnicas: frenos, palancas, giros lentos, conducción técnica, como uno de esos diésel gigantescos. Sin embargo, la silla ofrece la emoción de la velocidad y la fuerza centrífuga.

Celadores expertos conducen los vehículos. Podemos observar la escuela ortodoxa, centrada en el conocimiento de la mecánica o la moderna escuela basada en la velocidad. La competencia entre ambas escuelas produce notables contenciosos muy apreciados por los enfermos. Corre el rumor, no confirmado, de un sistema irregular de apuestas y carreras nocturnas prohibidas.

El viaje a la caverna del hospital, además de gozar de la práctica de conducción, añade un valor cultural: conocer la intrínseca maldad de los arquitectos. A medida que se desciende a las bajas cuevas, las salas amplias y luminosas desaparecen para dar paso a angostos recovecos, sellados absurdos y más absurdos cuartuchos.

Las más profundas cavernas, encierran pasillos insondables, oscuros pasajes, rincones cuya utilidad es difícil de averiguar en estos momentos.

Esta uno a punto de añadirles una reflexión histórica y sesuda sobre el diseño del viejo hospital siderúrgico y pretecnológico pero deberé dejarlo para otro día: el celador - conductor que me traslada al TAC hace un giro con doble tirabuzón para aparcar en la sala que provoca el aplauso de los asistentes.

Subidón total este momento " cocherito leré" que Ustedes no valoran en lo que supone de actividad del anonadado enfermo. Montaña rusa Hospitalaria, llena de riesgo y emoción. Si no ha viajado en cama de Hospital no conoce lo que es viajar.