La convenida decadencia de la clase política.

Dos tipos de personas me aterran hablando de política: los jueces y los militares. Llegó Rosa Díez, y son tres.

Al juez Pedraz, tan audaz como desbocarrado, no le ha bastado el legítimo derecho de manifestación para exonerar a los detenidos del 25S ni, tampoco, con enmendar la plana a la policía, algo que suele hacer con frecuencia. No; se ha sentido impelido a invocar la “convenida decadencia de la clase política. Naturalmente, no se ha sentido obligado, faltaría más, a informar sobre aquellos o aquellas con quienes ha conformado tal parecer o dictamen.

Pero es que no hace falta. Un juez, un militar y Rosa Díez adivinan nuestro pensamiento, conocen los males de la patria y tienen las únicas soluciones posibles. Por eso sobran quienes se dedican a tal negocio, como decadentes personas que son.

Uno de los problemas del descrédito del sistema institucional español es precisamente que se trata a la división de poderes como baraja de taberna. Los jueces desprecian en público a los políticos, los políticos intervienen en las judicaturas, el ejecutivo se va de caza con el judicial y cosas de este tipo, todas ellas tan nobles.

Así, no importa que conozcas jueces que han prevaricado; que tengas jueces "sobreindemnizados"; que existan incompetentes que alargan procesos, filtran sumarios  o que abusan de su poder: los jueces, como corporación, nunca serán culpables y no deben ser denostados porque, naturalmente, todos ellos son el cuerpo que protege nuestra libertad, como los militares y Rosa Díez.

Por supuesto, cualquiera de esos jueces que no admiten reproche corporativo, en nombre de la justicia verdadera, puede condenar corporativamente a todas y todos los políticos que como se sabe son “decadentes”.

Decadente y decadencia son una de esas “palabras gruñido” sobre las que advirtió Hayakawa y son expresiones que, por su connotación negativa, complacen especialmente a los fascistas.  Franco habló de “la España decadente que moría”; Jose Antonio se refería a la izquierda como “decadente mito racionalista” o empezó escribiendo sobre la “decadencia de las democracias liberales”.

Afirmo rotundamente, por si alguien no lo ha entendido, que la afirmación del señor Pedraz, además de retoricamente trasnochada, es puramente fascista.

No cabe duda que estas afirmaciones caen sobre una desacreditada actividad política, caldo de cultivo de los que aspiran a cualquier tipo de generalato regeneracionista, el judicial, el militar o el iluminado. Discursos que, por supuesto, han exonerado de responsabilidad en lo que ocurre a banqueros, especuladores, notarios y demás relevantes personajes de la sociedad civil. El habitual populismo del Sr. Pedraz redondea hoy su ciclo para solaz y aplauso de no pocos.

Diré por mi parte: no al populismo que enturbia en el saco de los intereses mezquinos a mucha gente que decentemente, con esfuerzo y sacrificio, nos representa.
 
Deberíamos decir no al hipócrita populismo de quienes, en realidad, aspiran a ser califas en lugar del califa.