José Miguel: Ha sido en Granada

Què volen aquesta gent que truquen de matinada? No te quieren a ti, ni a tu vida. Quieren tu casa, amigo, amiga. Es el signo de los tiempos del ceniciento capitalismo de miseria que vivimos.

Ha sido en Granada. José Miguel se ha suicidado minutos antes de que vinieran los esbirros del banquero de turno a echarle de su casa. Mañana dirán que vivía solo; que era cosa del negocio que iba mal; que era un soberbio que no había pedido ayuda; que...vaya usted a saber. El caso es que estalló de angustia, pavor y miedo a un futuro sin futuro.

Si; hay quinientos así todos los días en España. Y no se suicidan. Pero no es su debilidad o su soledad lo que ha matado a José Miguel: ha sido la usura. El puto banquero que reclamó su casa no sentirá ningún peso en su conciencia. 
 
Al fin y al cabo, José Miguel ha muerto porque vivió por encima de sus posibilidades. Y no habrá perdón ni empatía de sacristía con tal irresponsable que se quitó la vida.

Mientras con nuestros derechos alicatamos hasta el techo las derruidas cuevas de Alí Babá y los cuarenta banqueros, uno de ellos, no me importa quien, uno de esos que habrá pedido una fina capitalización. decidió reclamar la vivienda de José Miguel para pasársela a un banco malo que le pagará, naturalmente, por ella.

Durante meses nos han prometido concluir con esta práctica miserable. Mientras arramblan con nuestro dinero y el de un par de generaciones más, los banqueros siguen insaciables saneando sus balances a costa de echar al personal de sus casas.

No importa que el crédito fallido vaya a ser pagado en unos días o meses por el erario público. Importa el principio: el que no paga a la puta calle. Así se montó este negocio y así se lo aprendieron los brillantes gestores, llenos de master y epicúreos seminarios formativos, que han llevado este país a la ruina.

Con los fondos de capitalización de la banca se pueden comprar un fascal de viviendas, a precio de módulo oficial, y dársela al personal en propiedad, con adecuados sistemas de pagos y moratorias. Al fin y al cabo, somos nosotros y nosotras quien vamos a pagarlos. Pero no; la cosa consiste en pagarlas dos veces: con nuestro dinero y con el dinero público. Y a seguir la fiesta.

Un hombre ha visto caerse su negocio de toda la vida. Ha visto como el cuaderno del chaval de la Chana se ponía a precio de cuaderno de arquitecto. Ha visto que los lápices arruinaban su carbón sin trazar líneas ni garabatos. Con el papel que ya no venderá arruinó su casa y su vida.

El banquero será indemnizado; el expresidente aquel que fue incapaz de prohibir los desahucios lamentará lo sucedido; el actual ni siquiera tendrá que lamentarlo porque él no tiene nada que ver, o a lo mejor si. Sobre la ruina de una vida perdida para siempre en La Chana caerá enseguida un velo de silencio. 
 
Una puta mierda.
 
Venid los que nunca fuisteis a Granada; hay sangre caída, sangre que me llama.