El titulo os sitúa ante la verdad: mi estrategia de ayer para evadir la cocina a causa del espionaje de mi detergente ha fracasado. Así que a marinar a la turca un pollo. Para marinar un pollo son necesarias tres cosas: el vino que uno va a beber mientras cocina (yo he elegido un Licinia 2007); un poco de música (siendo pronto he elegido Delibes, Lakme) esperando que el momento sublime en que el pollo se sumerge en el marinado coincida con el dueto de las flores. También, en tercer lugar, hace falta saber como se hace pero eso es intranscendente: en cualquier sitio de internet hay una receta .
Luego haré un chimichurri contando con un ají llegado directamente de Buenos Aires, que hay que tener amigos hasta en el infierno. ¿Por qué tanta preparación? Porque esta noche, en homenaje a un grupo que se añade a nuestras caseras vacaciones, haré un menú degustación de mis más afamadas producciones.
Los caballeros sometidos a la esclavitud veraniega de sus habilidades culinarias han entendido, a la primera, mi estrategia: cocinar más, para manchar más. Un trago a vuestra salud, esperando ese momento fantástico en que te dicen, "con lo que manchas mejor vamos al restaurante". En la guerra, como en la guerra, tú.
En fin, aquí ando marinando con la caja de mi detergente al lado. He decidido que el GPS espía instalado por Unilever siga mi ruta gastronómica. Se trata de reclamar cualquier receta parecida que se comercialice por la compañía. Se siente; el marketing este interactivo, de cooperación, es lo que tiene. Así que aquí tengo al espía desconcertado y, espero, a los técnicos de Unilever elucidando que tipo de prácticas impropias practico con mi detergente.
Mientras preparo el marinado y educo al detergente espía llego a la conclusión de que esto es como la reforma laboral. No sólo hay que endulzársela a los empresarios sino hacérsela agria y picante a los sindicatos. Lo del ají va a ser como Pepiño, de apariencia herbácea casi agradable pero te jode en cuanto consumes más de lo mínimo necesario.
Luego si cocinar es como la reforma laboral o como aguantar a Pepiño, ir a un restaurante es como hacer la huelga general. Voy inmediatamente a contárselo a la Señora, afamada militante de la causa de la libertad. Si cuela, cuela.
Luego haré un chimichurri contando con un ají llegado directamente de Buenos Aires, que hay que tener amigos hasta en el infierno. ¿Por qué tanta preparación? Porque esta noche, en homenaje a un grupo que se añade a nuestras caseras vacaciones, haré un menú degustación de mis más afamadas producciones.
Los caballeros sometidos a la esclavitud veraniega de sus habilidades culinarias han entendido, a la primera, mi estrategia: cocinar más, para manchar más. Un trago a vuestra salud, esperando ese momento fantástico en que te dicen, "con lo que manchas mejor vamos al restaurante". En la guerra, como en la guerra, tú.
En fin, aquí ando marinando con la caja de mi detergente al lado. He decidido que el GPS espía instalado por Unilever siga mi ruta gastronómica. Se trata de reclamar cualquier receta parecida que se comercialice por la compañía. Se siente; el marketing este interactivo, de cooperación, es lo que tiene. Así que aquí tengo al espía desconcertado y, espero, a los técnicos de Unilever elucidando que tipo de prácticas impropias practico con mi detergente.
Mientras preparo el marinado y educo al detergente espía llego a la conclusión de que esto es como la reforma laboral. No sólo hay que endulzársela a los empresarios sino hacérsela agria y picante a los sindicatos. Lo del ají va a ser como Pepiño, de apariencia herbácea casi agradable pero te jode en cuanto consumes más de lo mínimo necesario.
Luego si cocinar es como la reforma laboral o como aguantar a Pepiño, ir a un restaurante es como hacer la huelga general. Voy inmediatamente a contárselo a la Señora, afamada militante de la causa de la libertad. Si cuela, cuela.