El caso de la bomba en los calzoncillos.

Por culpa de unos calzonciillos me verán mis vergüenzas en cuanto suba a un avión. Impensable. He dado por concluidas mis vacaciones y retorno a mi disciplina de escribir con tan tremenda posibilidad.

Me he interrogado por los asuntos serios que durante estos días han conmovido al universo. Habiendo ya glosado el alineamiento planetario restaban algunos asuntos de enjundia desde la sustitución de los pitidos a Gago por los silbidos a López Garrido; la foto de Rajoy en una oficina del INEM y cosas así. Pero esto es que entre las cosas pendientes por leer encuentro esa foto que me llena de estupor: los calzoncillos explosivos

La cosa es que un aprendiz de terrorista llevaba una bomba que no explotó en sus slips. Los pasajeros respondieron como héroes; el avión aterrizó. El problema son las consecuencias: el Premio Nobel de la Paz ha pedido disculpas a los ciudadanos por su falta de atención a la ropa interior y, lo que es más grave, junto al socio inglés, se apresta a lanzar su ira sobre el Yemen.

Pero la histeria antiterrorista se ha puesto en marcha de nuevo y nos aporta un nuevo producto: el escaner corporal.

La experiencia nos alerta sobre la tecnología de seguridad: acaba siendo un incentivo a la imaginación. Se puso coto a armas y bombas y se pasaron a los cuchillos; se prohíbe los cortauñas y sacacorchos y esconden los explosivos en sus zapatos; se comprueban los zapatos y se utilizan líquidos; se restringe el uso de líquidos y se pasan a los calzoncillos. Instalaremos escáneres e inventarán otra cosa.

De oca o oca..y, entre tanto, nuestro terror socava el espíritu de nuestras propias leyes, nos convierte en fortalezas, se reducen las libertades y los fundamentos de nuestro pensamiento de libertad. Los gobiernos reflexionan sobre el escáner corporal, la Comisión Europea reflexiona sobre listas de pasajeros, todo el mundo busca en Yemen salvar sus vergüenzas.

El aprendiz de terrorista se ha plantado calzoncillos explosivos y el mayor invento contra nuestra intimidad y el robo de nuestro cuerpo se ha puesto en marcha (prohibido como instrumento de pederastia, rechazado por transexuales, negado por instrumento de humillación).

Este es el verdader problema de Navidad: nuestro terror. Para no arder a diez mil metros tienes que dejar que te roben el cuerpo, tu intimidad, una parte esencial de la libertad personal. Ese es el cambio que nos proponen. El verdadero problema de seguridad de este intento del día de Navidad fue nuestra reacción. Hemos reaccionado con miedo, aprestándonos a un paso más de recorte de libertades.

Y todo por la cosa de los calzoncillos.