Gestos publicitarios indecorosos o el abuso de la crisis.

Imagino que ya sabréis que un tipo de Huelva ha llenado una valla publicitaria de billetes de cinco euros. Se me paso el momento eurocéntrico, aunque preveo que el nombramiento de Barroso me producirá otro ataque de cabreo literario, avisados quedáis. Así que puedo volver a uno de mis temas favoritos: el de la ética publicitaria.

Y ahí han ido mis queridos ciudadanos y ciudadanas con toda clase de artilugios desde escobillas de baño, a escaleras, todo lo que encontraban en casa, para conseguir unos eurillos – entre cien y ciento cincuenta por valiente, parece-, arrancándolos del cartel. Bajo el dinero, que apenas duró unos minutos, se anunciaba un taller llamado “Fucarauto”.

Desde el punto de vista de la eficacia, me pregunto si alguien recordará a este personal cuando se le rompa el coche. O pasará al salón de la fama como el imbécil que regalaba dinero.
Si contamos número de impactos, entre periódicos y televisiones, no cabe duda de que la acción ha sido noticiosa. Sin embargo, sospecho que cualquier otra herramienta convencional de marketing, utilidades que todos los clientes puedan disfrutar, hubiera sido más eficaz, hablando en términos de comunicación o de publicidad.

Pero me parece más irritante el asunto ético. Por cierto, que sepáis que había decidido cabrearme menos pero es que, en estos últimos tiempos, no hacen más que herir mi finísima sensibilidad, oye. Sé que la cosa ética es subjetiva; pero hay algo de indecoroso, reconocedlo, en ese gesto de “a mí me sobra la calderilla ven a buscarla”.

Ya ando yo “mosqueao” con las campañas que ofrecen productos a los parados y paradas. Vacaciones reducidas, peluquerías que lo hacen gratis, las de las compañías telefónicas, de salud y un largo etcétera. Cuatro millones es un mercado potencial relevante, cierto.

Pero esto de regalar la calderilla suena a cuento de viejo rico en Navidad. O sea un medio insulto. La publicidad es el espejo del comportamiento, la ética personal y los valores morales de una marca o una empresa. Repartir los beneficios con los clientes, a corto o largo plazo, es un acierto como centro de una gestión estratégica del negocio y de la fidelización, pero me parece a mí que el señor este de Huelva no ha fidelizado a nadie con esta notable idea.

Eso sí, toda Huelva, y media España, sabe que al caballero le sobra la calderilla, que es otra forma de ganarse una reputación aunque, naturalmente, no como reparador de automóviles.