14 de septiembre de 2017.
ED
Ni
a la meva alcadesa, tampoc.
El
coro de Puigdemont y los hacedores de la nueva democracia necesitan una de Barrio
Sésamo; les cuesta distinguir el fascismo de la discrepancia. Ayudémosles.
A ver si me entienden. Porcioles – aunque organizador de sardanas y
castells en la Plaza Cataluña- era un fascista; Jordi Ballart –alcalde
de Terrassa- es un socialista. ¿Ustedes creen que lo entenderán? Yo, tampoco.
Puedo
decirlo de otra manera: los alcaldes y alcaldesas tienen la misma legitimidad
que Puigdemont. Y sus decisiones son, por el contrario, mas legales que las
del presidente.
Puigdemont
el astuto se divierte. Y entre sus más arteras diversiones está la
de hacerse acompañar hacia el final de su carrera política por centenares de
alcaldes y alcaldesas, concejales y concejalas, para no irse en solitario
por la gatera de las sandeces, como le ha ocurrido a Mas, pidiendo limosna
por las esquinas.
Se
han propuesto que los “otros catalanes” vuelvan al largo silencio del que les
sacó la izquierda y la democracia.
Ya
hemos barrido del bagaje de la historia progresista a la transición, el
consenso, la Constitución y los estatutos de autonomía. Hasta la amnistía se
presenta como renuncia. Solo queda deslegitimar aquello que, en la
democracia española, precedió a la Constitución: las alcaldías democráticas.
Yo
les entiendo. Las alcaldías democráticas supusieron el final de los caciques
y del matonismo callejero de camisas pardas y azules. No conviene, en
tiempos de escraches y revoluciones de salón, estas figuras que nos hablan de
encuentro, convivencia y ciudades inclusivas. Nada mejor que la ira para
limpiezas sociales de todo tipo.
Les
entiendo. Para evitar el puente - trampa que Roures le tendió a
Junqueras hacia Podemos y los Comunes, y la disposición de Sánchez a la
cosa tripartita, nada mejor que la inhabilitación social de los que pueden
sostener una alternativa a los del tres por ciento reconvertido.
Puigdemont
el astuto, el rufián de su bufón y la carne de cañón que
administran se han propuesto que los “otros catalanes” vuelvan al largo
silencio del que les sacó la izquierda y la democracia.
Y
para eso sobran alcaldes y alcaldesas. Estos grandes demócratas que son
muchos y muchas, diversos , diversas y muy tolerantes no dudan en convertir
a socialistas, federalistas o comunes en fascistas; en utilizar la
condición sexual como arma; poner dianas en las cabezas, amenazar con tumbas o
desfilar por las calles.
Puede
sonar dramático, irónico y hasta un mal chiste, pero nos lo habían advertido.
Ese es el gran favor que PDeCat y Cup les han hecho a los que siempe dijeron no
a todo.
Las
ciudades son el espacio de las voces. “La palabra libre, en la
ciudad libre”, proponía Manolo Vázquez Montalbán, un antiguo, como se sabe.
Pero, ahora, solo cabe una palabra. Vuelvan al armario el “maricón asqueroso”
(dedicado al alcalde de Terrassa). Vuelvan al armario los “socialistas de
mierda”. Vuelvan al armario los federalistas “sin callos en las manos”. Vuelvan
al armario los “otros catalanes.
Qué
se habían creído. El derecho a decidir es decir lo que conviene a Puigdemont, a
su bufón y a su carne de cañón.
Yo
solo digo, como cualquier demócrata de los de antes, “no toquis al meu
alcalde ni a la meva alcaldesa”. Son mi palabra, mi voz y mi recurso. Por
cierto, me tenéis la calle sucia de narices. Es lo que tiene la democracia: nos
gusta defender a quienes no hacen lo que nos gusta. Fíjate que algún día
tendremos que defender a los de los escraches...