18 de Enero 2018. ED
La gente norteamericana, al menos la
mitad, lleva un año haciéndose perdonar la presidencia de Trump.
Izquierdistas exquisitos, ambientalistas puros, ‘hipsters’ neoyorkinos de todos
los colores, feministas antiélite, cometieron ese pecado que siempre cometen
los más listos de la clase media: “todos son iguales”.
Desde la muy exquisita Sarandon hasta
la alegre muchachada de Sanders, pasando por los cabreados con Obama,
decidieron no votar y le regalaron a la américa social más profunda un país.
Ahora le quieren quitar, a golpe de fiscales, investigaciones o
inhabilitaciones, lo que no quisieron ganar manchándose en las urnas,
que aquí somos todos muy puretas.
Una parte de la izquierda siempre ha
disfrutado viendo sufrir a las élites. ¡Qué maravilla la
antiglobalización! Cómo nos entusiasma vivir, una vez más, en el último peldaño
del capitalismo
Y no; Trump no está loco, dice
el médico habitual de los presidentes; como a mí medica y al suyo, lo
único que le preocupa es el colesterol. Transcendente cuestión que da para un
sesudo análisis editorial del New York Times sobre la salud
cardiovascular del presidente.
No; Trump no está loco. Es un populista y los portavoces de
cualquier proyecto populista no son de este mundo. Ese cargo requiere algunas
condiciones inexcusables: ira, mentira, desprecio y miedo.
El populismo debe defender la ira como
política; apoyarse en medias verdades, que son medias mentiras. Debe despreciar
la viejas certidumbres: igualdad, democracia, consenso, reglas,
negociación…Debe producir miedo al futuro, para aprovecharse de él.
Trump, Farage, Le Pen, Puigdemont…, y al otro lado del barranco, Melenchon,
Varoufakis, Iglesias o Colau solo tienen un objetivo: que el barranco se
convierta en un foso profundo. Esta es la función de la verdad a medias,
convertido en media mentira: una sociedad profundamente dividida, confrontada,
construida sobre la ira que inhabilita el consenso.
Una parte de la izquierda siempre ha
disfrutado viendo sufrir a las élites. Todos los populismos, y de todo signo, han erosionado, a
golpe de identitarismo, supremacía y conflicto, los muros de los
poderosos de las últimas décadas. ¡Qué satisfacción para el progresismo! ¡Qué
maravilla la antiglobalización! !A la mierda el carbón polaco, el salario de
los chinos, el textil indio! !Qué hermoso el anticapitalismo de los blancos que
quieren ser ricos! !Cómo nos entusiasma vivir, una vez más, en el último
peldaño del capitalismo!.
No importa el drama del resultado, que
el populismo o el miedo devenga en conservadurismo. No; Trump no está
loco.
Todo es culpa del colesterol…y la gestión del miedo.
Trump ha convertido al miedo en la
emoción dominante de nuestro tiempo. Este es su impacto en el cuerpo político después de un
año en el cargo. Comenzó su campaña describiendo a los inmigrantes mexicanos
como violadores, a los musulmanes como terroristas y, más recientemente, a
todas las personas negras o de cualquier color, o a países enteros, como
“agujeros de mierda”.
“Solo yo puedo hacerlo” es la respuesta del líder populista de
turno, cuestión que ni Garzón ni los de Esquerra han entendido aún. El líder ha
de ser airado, mentiroso, vengativo e impulsivo. Lo que requiere su
egocentrismo es la ignorancia del resto.
Este es el relato que ha estado
avanzando durante los últimos 18 meses. La visión populista es estrecha, oscura y orientada al
déficit social. Es lo que nos ha prometido.
Los populistas no están locos, solo
tienen el colesterol alto.