La mentira de Rovira: a veces, veo muertos



23 de noviembre de 2017, ED

Marta Rovira miente como si no hubiera un mañana. Mintió cuando afirmó que la independencia se financiaría con una “nueva vía de ingresos”. Mintió la tarde que acusaba de filibusterismo a los mismos parlamentarios a los que estaba negando sus derechos parlamentarios.

Mintió a su partido mientras, por delegación de Junqueras, iba segando a los disidentes. Ha mentido cuando ha dicho que la unilateralidad no era su voluntad.

Pero, sobre todo, ha mentido cuando ha afirmado que el estado les había amenazado con muertos. "El Gobierno (central) contemplaba ese escenario de violencia con la entrada de 'armas' en Cataluña, muertos en las calles, sangre, uso de balas y no de pelotas de goma como en el referéndum del 1-O." 

Mentir con la amenaza de muertos, mentir con la vida, es lo más grosero que puede hacer un político

No es nuevo, por lo tanto, en ella la impostura que empieza, probablemente, por sus propio apellidos que, seguramente, no llevan, a pesar de su insistencia, la “i” que los pijos independentistas añaden gratuitamente entre los apellidos de sus familias. Una “i” que viene a ser, como el rh negativo de Arzalluz, signo de singularidad identitaria y  supremacismo, que les distinga del común de los mortales, condenados al Pérez y el García, cual vulgares herederos de austrias o borbones.

La más burda de sus mentiras – el ejército entrando a tiros por Cataluña- ha sido reconocida por los propios militantes de Esquerra, por los implicados en la trama por la heredera de Junqueras (el presidente vasco, el obispo y el sindic) y por todo el que ha conocido la situación política española y catalana.

Rovira se ha sumado con escaso acierto a la colección de bufones y rufianes que su partido ha ofrecido a la política catalana y española reciente. Lo malo es que una mentira de ese nivel inhabilitaría a cualquier político o política en cualquier democracia con un mínimo de calidad.

Mentir con la amenaza de muertos, mentir con la vida, es lo más grosero que puede hacer un político, especialmente en un país como España en la que la muerte por razones políticas ha jugado un papel dramático en su historia.

“A veces veo muertos”, le decía Cole, el niño de “el sexto sentido a su sicólogo” mientras este ignoraba que estaba muerto. Eso le ocurre a Marta Rovira: ignora la inhabilitación como política que deriva de una afirmación semejante.
“Solo ven lo que quieren ver” decía el niño de los fantasmas que se cruzaban en su camino. Eso, exactamente eso, le pasa a Marta Rovira, llegada hace dos días al independentismo, y convertida en un fantasma que se dice mentiras a si mismo y a su pueblo, para empujar hacia ningún sitio el carro de sus votantes.

En una era de “fakes” y tuiter, de odio y falacia, la política de la ira impulsada por los populismos, incluido el nacionalista, la mentira forma parte inseparable del contenido. Rovira, como su partido, no aspira a construir un relato sino una fabulación movilizadora.

A todo el mundo le sorprende que se trasmitan imágenes y contenidos falsos que están dañando la economía catalana, antes que a la española. Eso no preocupa al buen independentista: lo que es importante es la necesidad del culpable externo que oculte el drama de la fábula.

Junqueras pasará a la historia catalana como el mayor irresponsable de quienes han encabezado los departamentos económicos de la Generalitat en su historia. Rovira es la heredera de la gran mentira. Ya no puede, tras la experiencia conocida, ofrecer ríos de leche y miel, como su antecesor, solo le queda un cuento: el de terror.