Corría el verano del 78. Este
columnista caminaba entre Broto – mi pueblo de vacaciones durante años, un
municipio del pirineo aragonés- y el cercano Oto, con un único propósito: dar
cuenta de una gloriosa cecina de jabalí que atesoraban en el municipio de
llegada. Sostengo la tesis de que el senderismo sin propósito carece de
sentido.
A
mitad de camino, me cruce con Teresa
Pàmies y Gregorio López Raimundo, nombres míticos
asociados a la legitimidad republicana y a la lucha antifranquista. Nos
reconocimos, charlamos y, como corresponde, quedamos en reencontrarnos en un
bar de Broto que a la Pàmies no le agradaba mucho: los jóvenes pasábamos mucho
tiempo en él, sin aprovechar el entorno.
De
aquella presencia pirenaica de Teresa Pámies ha quedado un hermoso librito, “Vacances aragoneses” (Destino,
1979), que además de literatura de viajes reúne alguna opinión de la autora que
conviene en estas fechas recordar.
Entre
excursión y excursión, la autora dice: “Castilla,
a la que los catalanes no podemos tildar de opresora sin tergiversar la
historia”. También, afirma que “es esto conocer la tierra en la
que has nacido,…, porque además de
catalanes, somos españoles”.
Releer
el librito llevará a reflexionar sobre lo que pensarían aquellos héroes, personas que se jugaron la vida y los
patrimonios de verdad, de los que hoy presumen de sufrir sus
partidas de monopoly y postureo. Sin duda, añorarían a su viejo y estimado PSUC (partido nacional, más no
nacionalista), hoy desaparecido y sin herederos. Pero, también, rechazarían el odio institucional a España del
que trufan los actuales responsables políticos su encendido verbo.
Pensarían,
sin duda, como este "veraneante" que se acrecienta el foso entre
ciudadanía y portavoces de la encendida causa nacionalista, en una sociedad que
más parece de mixtura y convivencia que de fractura convulsiva.
Disfruto estos días de mis “vacances catalanes”. Mi
vida transita de modo similar al del resto del universo vacacional: entre
chiringuito y supermercado, entre tapas y baño. Y
créanme, en esas rutas nadie habla de las cosas en las que se habla en los
periódicos.
Uno ve gente que descansa en playas, fincas o
albergues, por cierto muchos ilegales. Y, también, gente que con alguna desgana
concluye sus tareas pendientes, preparándose para sustituir a quienes andan en
playas, fincas y albergues.
Aquí te hablan en castellano, nigeriano o lo que pueden para hacerse
entender.
Gritan los obreros de la construcción en similar modo al que lo hacen en Madrid
y no se aprecia nada que uno no pueda apreciar unos cientos de kilómetros hacia
el Ebro. El personal hace su faena sin prestar demasiada atención, parece, a lo
que se dice en los periódicos.
Hoy, se trata
de que los funcionarios presten juramento al nuevo régimen que
vendrá, al parecer, portando abundancia de bienes y condonación de deuda
pública. Juramento, por cierto, desechado en las democracias donde las
constituciones presiden los comportamientos funcionariales, preservando su derecho de opinión, como a
cualquiera.
Ayer,
se trató de expropiar al conjunto de la
policía para ponerla al servicio de una única idea. Lo que
les gusta la policía a los alternativos de todo tipo, mire Usted.
Advierto
que, como Pàmies, debemos abstenernos
del odio o de incompatibilizar identidades. Abundan tanto las
mezclas, una vez que se sale de la plaza de Sant Jaume, que la bandera se quedó
vieja, por más que la porten escuadras desconcertadas.
Mientras
les escribo – y disfruto de mis “vacances
catalanes”-, un nigeriano compite con una señora gitana en
venderme un pareo; me sirve un vinito una persona venida de Sudamérica,
mientras un inglés contrata una paella con alguien que parece rumano. Díganles
a estos que juren un nuevo régimen…”amos
anda”, que diríamos en mi tierra.