¿Por qué empieza de pronto este desconcierto?
Porque vinieron los bárbaros
Cavafis contó como los decadentes imperios esperan con sus mejores galas a
los bárbaros. Más aún, relató como, cuando no llegan, los pueblos vuelven
a sus casas a dedicar su tiempo a ilustrar su decadencia con displicentes fines
de la historia.
En los
cuatro años transcurridos entre 2013 y 2016, 265 yihadistas fueron detenidos por
policía y guardia civil, nuestros hijos de puta ya se sabe. 128 de ellos han sido condenados. Ambas
policías nos han librado de más de una veintena
de atentados en estos años.
Así
andábamos nosotros y nosotras, creyendo
que no llegarían los bárbaros y ocupándonos de cosas que
realmente importan para el final de nuestra historia: un año sin gobierno,
llenando agendas judiciales, haciendo estados donde nunca los hubo y zarandajas
parecidas.
Más
aún, podíamos ironizar sobre la policía belga, evaluar sesudamente el modelo
social francés, recordarles a los de Londres o Manchester su ineptitud e,
incluso, en notable muestra de solidaridad patria, ignorar a nuestros soldados
enfeudados en interminables conflictos.
Pero
he aquí que la
ciudad de los prodigios ha sido castigada como antaño lo fue la
capital de la caverna. La tolerante urbe, el modelo ético de convivencia, el de
la negociación y todos esos cuentos han sido lacerados por el terror de quien,
a ver si nos enteramos, no responde a otra lógica que la irracional yihad.
Tras
cuatro años de ensoñación, ganados con el poco reconocido trabajo de guardias
malpagados, llegamos a la verdad: existen los bárbaros y han venido a quebrar
nuestra agenda política.
Bien, tras cuatro años de ensoñación, ganados con el
poco reconocido trabajo de guardias malpagados, llegamos a la verdad: existen
los bárbaros y han venido a quebrar nuestra agenda política, esa que tanto nos
divierte y que tan poco tiene que ver con el mundo global al que pertenecemos.
No es la religión; es Siria. No son las barriadas empobrecidas es el terror fundamentalista. Nuestras
progres primaveras árabes y soldados de la libertad dieron paso, con ayuda
externa para liberarnos de infames autócratas y abrir nuevas rutas a los
oleoductos, a un terror que han sufrido en
oriente en mucha más medida que occidente.
Hemos
ignorado el dolor de los que huyen, poniendo tranquilizadoras pancartas hueras.
Hemos ignorado a los que caen en atentados en Afganistán, Irak, Nigeria,
Pakistán o Siria - el 85% de las muertes-: esos no
eran nuestros muertos, ni nuestro dolor. Porque lo nuestro
no es el mundo global sino nuestra provinciana preocupación.
¿Por qué empieza de pronto este
desconcierto y confusión?¿Por qué no acuden, como siempre, los ilustres
oradores a echar sus discursos y decir sus cosas? Estas eran las preguntas de
Cavafis, ante la tristeza de quienes creían que los bárbaros eran una solución.
Por
desgracia, ahora que los bárbaros han venido, nosotros nos hacemos las mismas preguntas.
Desconcierto porque solo un accidente nos libró de una masacre; confusión porque la cadena de
interrogantes sobre la investigación y la mediática acción policial es larga. No hay discursos porque nos
hemos olvidado de los discursos que no hablen de nuestros odios de barriada. No hay oradores porque no
tienen nada que decir.
El
sábado, lloraremos por los ausentes; proclamaremos nuestra valentía ante el
terror y, naturalmente, daremos una lección al mundo. Sociedad y políticos
caminaran mezclados, más o menos, mientras se susurran, los unos contra los
otros, infames y falsas sugerencias de complicidades y responsabilidades,
preparando el beneficio del convento de la semana que viene.
Porque llegará el lunes, y volveremos a la provinciana agenda que nos
ocupa. Ahora
que los bárbaros han venido, seremos incapaces de reconocer que el mundo global
camina en una dirección que empequeñece hasta el ridículo nuestras cuitas de pequeños burgueses venidos a
menos.
¿Por qué empieza de pronto este
desconcierto? Porque
los barbaros han venido y nosotros no sabemos salir de nuestro corralillo.