La censura del bailarín a un gobierno anonadado

La corrupción es la agenda y el caso es el PP. Y punto. Dejen, en consecuencia, de preguntarse por cualquier otro asunto. La Operación Lezo solo ha venido a confirmar lo que el CIS apuntó a principio de mes: la agenda judicial y su excelsa lentitud mantiene en vilo a una ciudadanía tan espantada por el saqueo como agobiada por la información.
Que la corrupción sea la agenda nos evita ulteriores reflexiones: desde el estrechamiento del mercado de trabajo al no menos persistente circo catalán, dopado por su propio e identitario saqueo. Cuestiones que, al fin y al cabo, volverán sobre nosotros y nosotras cuando, quizá, sea tarde.
Que el PP sea el caso es un reproche a la ciudadanía que voto, como bien se sabe, muy mal. Así nos lo recordó hace dos días, con mucho enfado, al electorado de Madrid, la Señora Villacís y así nos lo recuerdan, cada día, los siempre enfadados de Podemos”.

Hay una razón por la que el personal decidió que la necesaria regeneración del PP no se produjera en la oposición sino en el gobierno: la incapacidad de quienes podían generar una alternativa política para hacerlo. No deja de resultar curioso que quienes hoy la reclaman compulsivamente sean quienes la impidieron.
Tiene, sin duda, cualquier partido o alianza múltiple el derecho a reclamar censura. No lo tiene a informar a aquellos votos que necesita mediante ruidosa rueda de prensa ni a engañar al personal, nuevamente, con alternativas inviables. Eso es lo que convierte la moción en espectáculo y a quien la propone en un político bailarín de los que escribiera Kundera.
"El bailarín se distingue del político corriente en que no desea el poder, sino la gloria; no desea imponer al mundo una u otra organización social (eso no le quita el sueño en absoluto), sino ocupar el escenario desde donde poder irradiar su yo. Si un bailarín tiene la posibilidad de entrar en el juego político… convocará a los demás a que le sigan en su acción; insisto, no discretamente ….y, de ser posible, por sorpresa” (Kundera).
Hoy se anuncia censura contra Rajoy; mañana se convocará contra Cifuentes. Lo de menos es si existe la mínima posibilidad de impulsar un cambio político. La emergencia institucional es el contenido y el baile es el contenedor. Lo fue hace casi un año y lo es ahora. La diferencia es que, entonces el bailarín se proponía de Vicepresidente y hoy quiere presidir el tinglado.
Es evidente que se trata de un instrumento para hacer ruido, fracasado el notable impulso autobusero al cambio político. También,  de presionar a quienes no están en condiciones de generar una alternativa política, Ciudadanos y Socialistas, y colocarlos en el lado oscuro de la corrupción.
No deja de ser cierto que quienes convirtieron en “Caso Rajoy” y “Caso PP” la dimisión de Aguirre fueron los portavoces madrileños de Ciudadanos y Socialistas, pillados en la trampa de la política tuiter, sin capacidad para ofrecer una salida coherente a tan sencilla información.
La derecha tiene legítimamente el gobierno y el país tiene razón legítima para sentirse una y otra vez saqueado. El baile, el espectáculo, no parece la vía para una solución pero, sin duda, el PP debe saber que la agenda judicial tiende a acortar la duración de la legislatura y los márgenes de maniobra.

La sangre que da vida a los populismos son las derrotas de la trasparencia. Y la derecha no acaba de pillar el asunto; por eso, los políticos bailarines triunfan y, por eso, los demás pagamos las tonterías de cal y hiel del bailarín que hace un año nos dejaron sin cambio político.