Cuaderno de campaña (VI): De crímenes, escraches y cuerdas.

Asesinan a Jo Cox y un tipo, faro y guía del independentismo y el derecho a decidir, escribe: “ toda transformación constitucional profunda requiere muertes”. Escrito lo cual yo me quedo vomitando y él se va a una muy democrática reunión.

Poco después, otros se ponen a hacer escraches a los mítines del PP porque “hay que borrar su campaña”. El mismo día, los más extremos peperos y la “guerrilla” podemita infectan las redes con imposibles acusaciones de racismo al candidato socialista.

Por si acaso a Ustedes se les ocurre torcer el morro, Monedero se ha sentido en la obligación de resumirles un modelo de estado para discrepantes: él tiene guardias en sus candidaturas para que el gobierno (sic) ordene detenciones; el cambio consiste en saltarse el pequeño trámite de los jueces que solo retrasa las cosas, como todo el mundo sabe.

El de la sonrisa beatífica, hoy nuevo socialdemócrata, ayer de Tsipras y anteayer de Maduro, y siempre de lo que haga falta, no sabe nada de ninguno de estos asuntos. Y, en ese momento, uno se acuerdo de aquellos y aquellas sonrientes y beatíficos muchachos que cantaban patrióticas canciones en “Cabaret” antes de masacrar al personal.

Así que ya se a quien no debo votar. Pero no hago catecismo así que Ustedes reflexionen por su cuenta.

Si las campañas y la política la protagonizan los extremos, la ira sectaria y pequeño burguesa se apodera del debate político. Un territorio donde cualquier idea desaparece. Nada más hipócrita que la sonrisa que tolera las violencias. Nada más fascista que el gobierno que “a la matinada” ordena detener.

Quizá les sorprenda a los que proponen crímenes como estrategia de cambio constitucional pero el miedo al griterío no nos entretiene como no nos entretienen los que usan el miedo como bandera contra las alternativas.

La gran trampa en la que cayó la izquierda es ser timorata con la ira. Perdonar escraches, baladronadas e impresentables tuiter. Eso le dejó a la derecha campo para defender la convivencia como moderación, la serenidad como reaccionarismo y el diálogo como patrimonio privativo.

Me pasa lo que, según las encuestas, le pasa a la mayoría de los españoles y españolas: tengo más claro lo que no deseo que la opción constructiva. Estoy en ello no se preocupen. Pero ya les adelanto que ando ahíto de toda esa cuerda de sonrisas falsarias.