Cuando todo aprovecha para el convento

La coherencia programática nunca formó parte de la excelencia política en España; menos aún, en campaña electoral. No cabe, pues, escandalizarse al respecto. Hace gracia, eso si, que los profetas de las nuevas formas vayan a donde asazmente criticaron.

No es de sorprender, por lo tanto, que solo el 4% de la afiliación al partido más participativo del mundo mundial haya votado su programa. Menos aún de que el comunismo de la penúltima máscara electoral, ocupado en liberarse de los que sobran, además de los ya expulsados y expulsadas, vean a su candidato presentar propuestas por nadie firmadas o aprobadas.

Menos sorprendente será la contradicción programática si se trata de un partido “atrapalotodo”, muy empeñado en desembarazarse de su imagen de izquierda extrema pero queriendo mantener el voto de izquierda extrema.

Tampoco habrá de sorprender que el candidato despechado que busca desesperadamente hueco venga a calificar de teatro una reunión de partidos a la que concurre para, inmediatamente después, hacerse un truquillo fotográfico, manipulando teatralmente una bandera.

Si; se puede. Se puede defender una lista de “ecofontaneros” aragoneses y ponerle al lado un “bombardeador” de las Bardenas. Se puede defender las cofradías gaditanas y la enseñanza privada concertada andaluza, mayormente católica, mientras se intenta prohibir las misas de difuntos en Valencia.

Si; se puede defender la España Federal en Madrid, el derecho a decidir en Barcelona y la autodeterminación radical de Bildu y HB en San Sebastian. Hay que apuntarse a todo lo que se mueve, que luego es tarde. 

Si; se puede exigir primarias hasta el lucero del alba, como pretexto para echar de la colla al que nos sobra, pero practicar el dedazo con el generalato, si así lo decide el que puede y manda.

Naturalmente, se puede votar un programa que apunta más de una desconexión de las instituciones globales, euro incluido, y defender la OTAN. Se puede, por supuesto, poner velas “antiotan” en la noche de Zaragoza y no marchar sobre la base de Rota, acompañando a la vieja y ceniza izquierda de siempre.

Giro a la derecha, gritará el candidato del comunismo de la penúltima máscara electoral, mientras arrastra su mochila programática donde se defiende una filosofía y su contraria.

Porque lo bueno es el trabajo garantizado, por supuesto público y solo para una parte, y para el resto es bueno lo de la renta mínima. Defenderá, naturalmente, la transferencia fiscal de las rentas altas a las bajas, en forma de gasto social, pero también, no sea cosa que los del camino al centro pillen cacho, convertir en mileurista a todo trabajador y trabajadora.
 
Porque los que pueden y los de la nueva máscara electoral, sean de la izquierda que cambia, transversales o de la revolución recién descubierta, pueden hablar del paro pero, de verdad, a quien se dirigen es a los hijos de la clase media empobrecida que cobran poco, como el avispado y nuevo muchacho del centro ha descubierto. 

Aceptan unos y otros que no será el trabajo el que provea respeto sino la capacidad de consumir. Sobran, pues, entiéndanlo, sindicatos y faltan subvenciones. Pueden, claro que si, unos y otros, hablar de trabajadores y trabajadoras pero despreciar a sus sindicatos de clase y sus propuestas.

Pueden  unos y pueden otros porque da igual. Hay que buscar, compulsivamente, el voto que se va al centro, contribuir a la derechización y vaciado político de nuestra democracia, ante el clamoroso abandono y destrucción de todo discurso de una izquierda que quiere influir y gobernar, manteniendo ideales y principios.

Volatilizada esa izquierda, solo queda el postureo mediático: el político bailarín, el photoshop republicano de la revolución “indoor” o el guitarreo televisivo. Es lo que hay cuando todo aprovecha para el convento: nada.