EL Silbido

“Dame un silbidito” se cantaba en Pinocho. “Solo tienes que silbar” le decía la impresionante Bacall al macarra de Bogart. El silbido lo practican en los andamios los aprendices de mono machistas. Se aprende a silbar para avisar al distraído.  Montaraces pueblos se comunican con silbos.

Incluso el silbido se integró en nuestro siglo de oro al formar parte de la tríada (silbo, berza y ladrillo) con la que los asistentes airados a la Corrala afeaban las malas obras y malos actores. Silbidos han acompañado en plazas y campos a matadores y, por supuesto, a futboleros como  Di Stefano, Zidane e, incluso, qué escándalo por dios, a Casillas.

En esas estábamos, en un país en que por envidias y orgullos somos más de silbido que de aplauso empático, cuando el silbido se ha convertido en cuestión de estado.

El Ministro de Cultura, que no ha oído, por cierto, los silbidos al IVA cultural se ha pronunciado oficialmente: no nos gustan los silbidos a Piqué. Cuestión de estado.

Uno cree que el tal Piqué es el graciosillo rico con su bomba fétida que siempre nos tocaba en el cole, pero al que había que aguantar para que te invitara a su cumpleaños. El niño de papá malcriado que cuando se tomaba una copa se convertía en el macara tipo “tu no sabes con quien hablas”. Aquel a quien que no se le puede llevar la contraria, el que paga las copas solo al que le ríe las gracias. El gili inmaduro de turno, vamos, que, a la primera, como han hecho sus compañeros, se lo quita uno de en medio sea de capitán o de jefe de la banda.

Pero lo cierto es que al tipo no le pagan por su saber estar, su elegancia o su madurez, de hecho le pagan por lo contrario, sino por jugar al futbol, cosa que, en mi opinión y en la de otros, hace con cierta competencia.

¿Por qué el silbido en León u Oviedo ha levantado las alarmas patrias? Porque verán Ustedes, después de rebautizar a la selección nacional como “la roja” para no llamarla España, y no molestar, faltaría más, el silbido nos trae la cruda realidad.  En un mundo, el deportivo y futbolero donde el mercenario es el más afamado, a Piqué no se le silba por las sandeces que dice y hace en los campos o en sus noches de copas, ni siquiera por su cutre antimadridismo de manual : se le silba, por “libertad de expresión”, Ustedes me entienden.

Cuando Piqué legaliza como gesto de libertad la pitada al himno español, está liberando la pitada a lo que él ha decidido representar: la versión radical de un nacionalismo que, créanme, animado más por medios y voceros políticos que por las sociedades española  catalana, empieza a enervar socialmente. Por eso, el silbido debía preocuparnos.

Yo se que Ustedes están atentos a las cosas importantes de la superestructura, a como la ideología dominante, faltaría más, adocena a los pueblos. Pero deberían, se lo vengo avisando aquí a menudo, prestar atención a lo que ocurre en las vísceras de los pueblos, para que luego  no se me lleven sorpresas. 
 
No desprecien el silbido: esconde ira.