Vacaciones; día 5: El Gps de mi detergente se autodestruye cumplida su misión.

Albricias. He comido en un restaurante, ¿Mérito de mis sesudos argumentos o de mi afamada carta de restaurador de verano? En absoluto. El padre de la Señora dijo: “podríamos ir a comer a ese restaurante que...” Y la señora a su padre no le dice que no (desmiento soborno o cohecho alguno). Un tanto humillante, cierto, pero la cosa de los medios y fines aconseja silencio.

Nada más comunicarle la noticia al GPS de mi detergente ha temblado. He oído el grito alborozado de los vigilantes de Unilever cuando me he echado a la piscina y he recibido un SMS de agradecimiento: “gracias, podré volver a la playa con mi hija”. El “vigilante de mercado” de Unilever ha sido educado estos días y se despide como un caballero. Por supuesto se lleva mi “ruta vital” para vender detergente a todos los que se han cruzado en mi camino, que para eso cobra de espía, perdón de experto en marketing.

Naturalmente, el GPS y mi detergente me acompañan al restaurante. Los camareros, conocedores de la circunstancia y tras llamar a sus abogados por si podían sacar unas pelas, saludan al paquete de OMO. No obstante, percibo que el GPS va cambian de color, a un tono como más grisáceo, él y yo sabemos que la pálida compañera se apodera de su aspecto y que compartimos nuestros últimos minutos.

El restaurante no es el que uno hubiera elegido, mejor cena que medio día y comida mediterránea antes que brasileña. Pero no está uno para quejarse: un restaurante es siempre un restaurante.

Tras anotar el menú, para conocer el nivel de grasas del potencial cliente, el técnico de Unilever me envía un nuevo SMS: “el GPS se autodestruirá en cinco minutos”. Pido una caipiriña, brindo con el aparatito y la derramo sobre el detergente: si hay que autodestruirse que sea con gracia.

En fin, han sido cinco días de espionaje bien llevado porque no es lo mismo un GPS de última generación siguiéndote que un poli de esos de Granados que no saben ni escribir. Nada, volveré a la disciplina de mi cocina, a ver si encuentro nuevos argumentos para que me vuelvan a llevar a un restaurante, o mejor a ver si al Padre de la Señora se le ocurren.