La SGAE ha venido a mi ducha: a qué es creíble.

Esta mañana me duchaba, que uno es muy limpio, y se han presentado los inspectores de la SGAE. Al parecer mi interpretación del Nessum Dorma, en la medida que alimenta el espíritu del barrio, es hecho imponible suficiente. Bautista y Ramoncín, herederos de Puccini como todo el mundo sabe, me requieren al pago o a que deje de musicalizar el barrio.

Naturalmente esto es una ficción; eso si, verosímil porque creíble es que esta pandilla lleguen al mayor de los absurdos. Esta semana ha sido noticia el cobro por los de la sociedad de atracadores de unas perrillas al pobre barbero que ha tenido la generosa idea de sustituir su charla con los clientes por una modesta radio. Como todo el mundo sabe, las emisoras pagan derechos de autor y nos lo regalan en forma de emisión. Pero esto no es suficiente para los buitres, carroñeros de canon, bodas y bautizos: quieren cobrar dos veces por la misma emisión.

Tengo para mi que ha llegado el momento de parar tanta infamia. Sugiero a las organizaciones patronales, sindicatos, gremios, grupos, etcétera que nos paguemos un par de abogados y llevemos a este personal a los tribunales. Sugiero también, que hagamos una hucha y paguemos una campaña electoral en la SGAE para que la actual pandilla de gestores y atracadores desaparezcan del mapa.

Sugiero que todos los que escribimos un blog nos enteremos de cómo podemos apuntarnos a autores para levantarle la silla a este personal. Al fin y al cabo este que suscribe es tan productor de literatura como Ramoncín de música, faltaría más.

Cuando la legitima defensa de derechos raya en la extorsión lo mejor es denunciarla como delito. Ahora que todos somos presuntamente delincuentes y por ellos pagamos nuestro canon, reclamemos el derecho a llamar chorizos a los que patean el solar patrio a la búsqueda de los pequeños negocios y autónomos que usan la radio para esquilmar las cajas que rebosan en tiempos de crisis, como se sabe.

Dineros que los autores destinarán, naturalmente, a los herederos de Puccini, en el caso de mi afamada aria, y no a pagar obras de palacios cedidos con potencial ilegalidad, tráfico de favores y desidia administrativa.

Niños que hacen teatro para solaz de padres y madres; jóvenes raperos que cantan en las esquinas de las calles; organizadores de bodas, bautizos y funerales; peluqueros que sintonizan radios que flamenquean o taxistas que, naturalmente, aliñan nuestro viaje con los sonidos de la plural COPE: esos son la última frontera. Esquilmados los grandes mercados vienen a por los pequeños.

Pandilla de rateros, os lo digo yo.