El FAX y La SGAE: ya me parecía la ministra algo antigua.

Declara la ministra de Cultura su fascinación por el FAX y su reconocimiento a la SGAE. Yo entiendo que hable de las dos cosas. Si la digitalización no hubiera pasado de este magnífico aparato todo hubiera sido más sencillo.

Hubiera bastado con una modesta tasa, unos céntimos por folio, para prevenir nuestro delito y compensar a escritores o componedores de imagen por el potencial paso de de sus creaciones por el escáner. Al fin y al cabo, escritores, fotógrafos o dibujantes no son tan afamados como Ramoncín o Teddy Bautista, y con cualquier monedilla de agua se nos conforman. No hay manera de digitalizar composiciones musicales por el escáner y, así, la tecnología no nos hubiera convertido en delincuentes.

Un viejo y siempre recordado amigo me recordaba hace poco en este blog mi fascinación por este aparatito, citando una de mis afamadas frases: “el fax puede ser un aparato revolucionario”. Lo malo de estas frases históricas es que siempre hay alguien que las recuerda.

Efectivamente, recuerdo lo fascinante del cambio que supuso el fax. Recuerdo algún veterano comunista desconcertado hablándole al aparato como si fuera un teléfono; como me miraban, como si fuera un enajenado, los colegas de provincias cuando me atreví a sugerir que gastaran una parte de los gastos de campaña electoral en un fax.

Fascinante, cierto, aquella tecnología que nos permitía enviar en minutos una nota de prensa o hacer llegar las consignas a velocidad de línea telefónica. Fue entonces cuando supimos que los secretarios de organización y la prensa de partido tenían las horas contadas. Eran los ochenta diré, en segundos, antes de que cualquiera de mis hijas me pregunte por como vivíamos en Atapuerca.

Fascinante pero antiguo; cambio apenas comparable al cd; al correo electrónico, la red o el móvil. Me preocupa una Ministra que, por ejemplo, mientras nosotros alineamos la antena para el TDT, esté fascinada por el alto debate teórico sobre si el video debe ser Pal o Beta, afamada discusión tecnológica de antaño.

Pero claro, entiendo la fascinación por los cachivaches antiguos: de hecho el copyright data del 1700, y todavía financia los palacios de la SGAE. De lo que se deduce que mientras el mundo camine por la modernidad siempre habrá operadores y ministros que se resistan a las innovaciones o ministras que quieren creadores al modo del siglo XVIII.

Lo pienso fríamente y me pregunto si esta entrevista no anunciará un canon sobre los folios – seguro que aún tenéis algún fax escondido en casa, para copiar las denuncias de Ramoncín-.