Que veinte años no es nada: sin muro y sin banderas

La historia tiene sus ironías. Me paso la adolescencia diciendo que el muro no era lo nuestro y el día que lo tiran me pilla en la cama, dolorido y convaleciente. Cierto; al decir de los expertos, un estrés postelectoral (hacer campañas no es bueno para la salud) hizo rebrincar mis transaminasas, tocadas desde tiempos infantiles. O sea, que me tragué por la tele, durante aquel mes de noviembre el fin del mundo.

Porque está claro: hace veinte años, acabó un mundo. Unos, que veníamos de la tradición derrotada pero no de sus desmanes, creíamos que era posible convocar como Tennyson hacía en su Ulises: “venid amigos, que no es tarde para descubrir un mundo nuevo, más allá del horizonte…"

Pero en realidad, no nos dieron tiempo, Unos, proclamaron el final de la Historia para vengarse sin compasión de tan duro pasado. El Bush padre, la Thatcher, Juan Pablo II, fueron los iconos del retorno del egoísmo y el casino como regla social y económica.

La supuesta alternativa solidaria, la socialdemocracia que presumía de no tener nada que ver se pasó a las terceras, cuartas o penúltimas vías que acabaron convirtiéndola en un barco a la deriva del que no ha salido ni tras el penúltimo trompicón del capitalismo.

Las formaciones comunistas se negaron a transformarse en una nueva izquierda: se volatilizaron o se resistieron a la evidencia, bloqueadas por dirigentes que impidieron recambios generacionales y la búsqueda de nuevas propuestas.

O sea, que aquella historia no ha acabado. Una izquierda aún sin identidad, a la que le cuesta vencer a los conservadores (con un par de excepciones fruto de la casualidad) en una Europa que prometía una vida sin muros y ha devenido en fortaleza que se protege de la diversidad.

El 9 de Noviembre de 1989 fue el día que acabó el siglo XX (que ya os tengo dicho que los siglos nunca acaban en su fecha) y una época. La gente derrumbó el Muro; acabó una guerra; se disolvió la cortina de acero que rompía Europa, un bastión de cemento de cuarenta kilómetros capaces de rodear el mundo y determinar la historia.

Bien ido fue lo que nunca debió ser construido. Pero la moral de la historia aun no ha sido reconstruida: la justicia sigue esperando en el horizonte. Ahora que somos más libres, ahora que ningún muro nos detiene, todavía debe soñarse lo nuevo. Veinte años no es nada; chicos, chicas, mirad con respeto las banderas rotas, miradlas con cariño, pero. por favor, buscad una nueva.