El desclasamiento.

A mi no me pasa porque soy rico. Pepiño y José Luis me han subido los impuestos, así que soy de clase alta fijo. Dadles un par de meses para que el déficit siga disparado y me hacen poderoso a golpe de tasas.

A lo que iba; aunque no consigo convencer a Liber de que soy rico y puedo ir a vaciar cualquier escaparate de cosas inútiles, que son las que me gustan, parece evidente que mi capacidad fiscal, y la vuestra, nos eleva en el escenario social más allá de los estrechos confines obreros. Una versión sociológica de la ilusión fiscal y supina falsedad que se incluye en el modernísimo discurso socialista.

En la misma semana y en dos países distintos, han empezado a hablar de lo mismo: en Francia se habla del miedo al desclasamiento y en Italia, más literarios, se refieren a que el ascensor social se ha detenido. Démonos, pues, un par de semanas para que la onda llegue a España.

Ambos análisis coinciden en dos criterios. Uno, que los hijos viven peor que los padres y retroceden en sus aspiraciones y, otro, que el temor se centra entre los que tiene que perder: clases medias.

La crisis ha hecho crecer el miedo naturalmente; los trabajadores entienden que salirse del mercado es perder la protección de los retazos que quedan del estado de bienestar. La experiencia social es que la protección y los beneficios del sistema han sido para los activos y no para los que estaban fuera del mercado; esos, parece, ya no tenían clase.

La transferencia de padres a hijos del sentido de clase se rompía, en el estado del bienestar, mediante la educación, las aspiraciones que nacían de la formación y los réditos en términos de trabajo que esa producía. Esa era, recuerdo, la obsesión de mi padre : el conocimiento no sólo nos haría libres; nos haría mejores.

La cosa ahora es que los que han (hemos) llegado no dejamos espacio social y los que llegan tienen que esperar. La cuestión es que efectivamente, como dicen en Francia, los que llegan son los jóvenes. Observo, no obstante, que en otros países hay mas ansiedad escolar, mejores resultados en términos de empleo para la formación que en España.

Aquí, el fracaso escolar y la devaluación del conocimiento son episodios de una convicción más profunda: el hecho de que la formación no produzca empleo o salario de calidad y de que, por lo tanto, no producirá ni igualdad de oportunidades ni movilidad social.

La aparición de formas de clientelismo, por un lado, y de demandas de meritocracia, por otro, son espacios donde la cultura conservadora echa el ancla. Razones por las que, con sorpresa, una parte de la izquierda se pregunta porque hay tanto joven conservador: porque creen que con el viejo sistema de clases había ascenso social.

A lo peor, los malos resultados electorales de la izquierda de gobierno europea de los que tanto se habla estos días tienen que ver con eso: con que ha renunciado a la promesa de movilidad social del estado del bienestar y a que, en realidad, está proponiendo desclasamiento.