El premio de mi suegra.

A mi suegra le han concedido un premio. Y como no es la “escoba de oro” ni la “bruja del año” que le concedemos mi cuñado y yo, merece ser glosado. La Asociación de Vecinos de Arganda le ha concedido el Premio 8 de Marzo, que, anualmente, reconoce a las mujeres que se han destacado en la lucha por los derechos de las mujeres en Arganda del Rey.

Ha dicho Maria Martinez que nunca le habían dado un premio por su trabajo. Y tiene causa la cosa porque, luchando desde los veinte a los “taytantos” años, su organización, ideológicamente siempre con la justicia faltaría más, le envió sin miramiento a casa. Y es que tienen mejores modos los empresarios que te explotan cuarenta años y te jubilan con un relojito de oro grabado que los que te ponen en la calle con un ERE con menos gracia y estilo que los de la Nissan. Cosas de la izquierda real.

Maria Martinez había nacido, como otras tantas mujeres de la época, para esperar al compañero. Lo dejo escrito Miguel Hernández para retratar la época de los luchadores: “Nacerá nuestro hijo con el puño cerrado, envuelto en un clamor de victoria y guitarras, y dejaré a tu puerta mi vida de soldado sin colmillos ni garras.” Pues no; María, además de esperar al soldado y hacer nacer a sus hijas, no esperó clamor alguno y se apuntó a combatiente; defensora de los presos; agente de la libertad, luchadora de todas las causas.

De su biografía dan cuenta numerosos testimonios, combates y momentos. Ella ha conocido todos los entresijos, los gloriosos y los menos, del comunismo español. No fue, cierto, su fundadora, error en que podía caer quien la escuche, pero si mujer ejemplo de la historia de otras tantas mujeres, en ese tiempo donde ser mujer era sólo paciente espera.

María Martinez se ha negado al silencio desde chiquilla. Ejemplo de esfuerzo generoso y comprometido cuyo salario ha sido, simplemente, la libertad. Generosidad que merece ser citada en estos tiempos donde lo que se lleva es el pelotazo, la comisión o el pedazo del gasto público embolsado.

Maria se ha jubilado e, incansable, se ha apuntado a la Universidad. Pasea ahora por los pasillos de la Universidad Rey Juan Carlos, coincidiendo, “gaudemus igitur”, con hija y nieta. Viruelas de vejez dice Itziar de ambas que, “alegrémonos pues”, creía que la Universidad era un pozo de ciencia donde reinaba la juventud bajo el patronazgo de San Canuto. No conocía a su abuela: tras el premio, me temo estimado suegro y soldado, ésta no deja las reuniones ni de coña.

En fin que escrito lo dejó Cernuda: “Gracias, compañero, gracias por el ejemplo. Gracias porque me dices que el hombre es noble. Nada importa que tan pocos lo sean: Uno, uno tan sólo basta como testigo irrefutable de toda la nobleza humana”. No eran tiempos para la escritura de género sino para la poesía de los que sufrían. De esos tiempos que María, para alegría de los demás, se propuso cambiar. Merecido premio.